domingo, 27 de diciembre de 2009

Amigos de nadie

Solía gustarme Chiclayo, solía extrañarlo cuando me mudé a Lima; solía extrañar, también, a los amigos que tenía en ese momento y, en algunos casos, a sus padres, que tan bien me habían recibido en sus casas (una costumbre que se extingue rápidamente con el tiempo). Solía querer a Chiclayo.

Solía gustarme Lima, la extrañaba cuando estaba en Chiclayo; solía extrañar a mi chica, mis amigos y algunos profesores. Solía querer a Lima.

Puestos a elegir, preferiría no vivir ni en Lima ni en Chiclayo, pero eso sería imposible. Puestos a elegir, también, preferiría no tener amigos (o por lo menos no como muchos de los que tengo ahora) pero sé que eso tampoco es posible, lo cual es un poco decepcionante e inquietante.

Es inevitable que extrañe Lima cuando estoy en Chiclayo, y es igual de inevitable que extrañe Chiclayo cuando estoy en Lima. Esto se debe, principalmente, a que tanto en Lima como en Chiclayo tengo repartidas a las personas que considero más importantes; así que, cuando extraño a alguna voy por ella rápidamente. Ellos son mi cuidad, mi nacionalidad, a ellos retorno cuando estoy exhausto y necesito aliento, por eso no puedo estar lejos.

Los horarios universitarios me confinan a pasar las fiestas patrias y la Navidad en Chiclayo y el resto de tiempo en Lima (que siempre me parece más corto) así que, derrotado, sé que tengo que viajar en vísperas de Navidad y tratar de no aburrirme el resto del tiempo que me quede y no esté con mi familia, y tratar que ellos no se aburran conmigo el tiempo que pasemos juntos, que dicho sea de paso es una tarea abrumadora y rara vez la realizo exitosamente.

Por cuestiones de salud, cuando me enteré que mi hígado comenzaba a aburrirse de mí, dejé de beber; a pesar que, valgan verdades, jamás fui un aficionado de los licores ni de las cervezas, aún me siguen pareciendo todas iguales. Lastimosamente, no puedo decir lo mismo de las píldoras, mi hígado no comparte ese gusto.

Sin embargo, como siempre sucede, uno nunca se toma muy en serio estas cosas; la vida es corta de todas formas, por mucho que te quede, es una miseria si pensamos que hay vida hace millones de años; así que, años más, años menos. No soy muy adepto a las fiestas o reuniones sociales, les rehúyo porque uno nunca gana nada valioso y sin embargo siempre se pierde dinero y algo de tiempo, por decir menos; prefiero tomar un café con mi chica o con mis amigos o en el peor (o mejor) de los casos, no hablarles ni oírlos y escribir a solas. Pero hice una excepción obligatoria cuando me enteré del cumpleaños de un amigo y decidí ir y saludarlo, estuve poco tiempo y vi a mucha gente, muchas personas que conocía y que no conocía, sintiendo lógicamente más alegría al reconocer amigos que no veía hace bastante tiempo (aunque no a todos y no tanta).

Al principio la estaba pasando muy bien; más tarde, evidentemente, las personas que habían tomado considerablemente más que yo comenzaban a portarse como los mequetrefes que eran realmente. Los borrachos y los niños no mienten. Averigüé que algunos de los que decían que me querían ya no me quieren (hace tiempo que debí sospechar que era una impostura) y que los que se decían mis amigos no lo eran, nunca lo fueron. A decir verdad, no me molesta en lo más mínimo, casi todos podrían pensar lo mismo de mí y no a pocos les faltaría razón.

Y así como así, luego de muchos años y muchas personas, me entró una alergia a Chiclayo, una alergia crónica de la que espero no recuperarme, por el bien de todos (a decir verdad, porque me gustaría). No quiero volver a fingir. El histrionismo es lo mío, pero no hay que abusar de la ingenuidad de las personas, aunque sea tremendamente divertido, luego se vuelve peligroso.

A pesar de todo, he descubierto otra cosa interesante. Yo quiero a los pocos amigos que me van quedando, no puedo evitarlo; inclusive, aunque sean más de los que realmente quisiera tener, no puedo (y no quiero) perder su afecto, que a veces tanta falta me hace. Pero, al mismo tiempo, no quiero tenerlos cerca porque su presencia me es a veces incómoda y enredosa, me trae el recuerdo afiebrado de un “yo” falso, odioso, que intento reprimir constantemente y que siempre me gana la batalla por abolición.

Yo quiero a mis amigos de Chiclayo, a los que me quieren, porque hay algunos (o por lo menos uno) que sé que me quieren y que yo también los quiero, pero que no quiero ver. Sólo saber que están ahí, que existen, que les va bien y nada más. Disfruto más leyéndolos o mirándolos en fotografías del Facebook o del my space. Ahí, quietos e inofensivos, sin tediosas chácharas, sin explicaciones largas acerca de la universidad (es lógico que evite esto) y de Lima, Piura o Chiclayo.

Pensé que pasaría más tiempo en Chiclayo, pensé que aguantaría más la tortuosa e inhumana molestia que me genera estar lejos de Lima (y por ende, de todo lo que está allá) pero no pude. Ahora huyo despavorido, voy corriendo a buscar mi cuidad y a mi chica, aunque es probable que sólo la encuentre a ella en un país extranjero, alborotado, agreste y salvaje.

Ahora mismo voy a buscar un pasaje y abordaré de inmediato. Me alejaré, de nuevo, y esta vez por un largo tiempo de “Chiclayo: ciudad de la amistad” y volveré a “Lima: la fea” para estar tranquilo por pocos días, antes que decida a dónde iré.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Alicia

Alicia viste como varón porque ella cree que muy en el fondo de su ser (jamás me especificó qué tanto) habita un imberbe jovenzuelo apasionado, ígneo. No sale con chicos porque no la atraen, envidia su fisionomía, su camaradería, pero no se ilusiona con ellos, le resta importancia a los muchos que han intentado coquetearle torpemente o invitarle a comer algo al Real Plaza y le han pagado todo creyendo que por eso ella les debe el placer de una noche; ni un besito siquiera, dice.

Alicia vive en Chiclayo, es mi amiga (o mi amigo) y dice que encuentra en mí a su lado femenino, eso es extraño y en cierto modo perturbador, pero creo que la entiendo. Yo encuentro en mucha gente mi lado masculino, o más bien ellos lo encuentran cuando se meten conmigo.

Su papá es policía y es colombiano, pero no es un policía colombiano. Ella nació en Medellín, bella ciudad, pero la forzaron a venir al Perú cuando tenía 12 años, en 1993; su papá, y esto es algo confidencial, el señor Godofredo, perteneció a un grupo paramilitar llamado, o más bien apodado: los Pepes, en la época de la guerrilla contra Escobar en Colombia; cuando la cosa se puso fea y parecía que se iba a armar un culebrón bastante grande, se envalentonó y tomó una sabia decisión: huir. Cuando los matones de Escobar se enteraron que se iría le tomaron un pequeño recuerdo: una oreja y dos dedos (que luego reinsertó).

Alicia, al igual que muchos criminales y algunos inocentes que parecen criminales, ha sufrido el alcoholismo de Don Godofredo por años, lo ha atendido desde que su madre, Doña Catalina, murió acribillada mientras disparaba contra un miembro de la EPL colombiana, enrabietada por la muerte de los hermanos Moncada; fue de ella, de su madre, de quien heredó ese gen masculino, violento y querellador. Sospecho que fue de ella también de quien heredó el gusto por el sexo y por reproducirse sin cesar y sin descanso, aunque irónicamente ella sólo intenta fallidamente reproducirse homosexualmente.

Al contrario de lo que se esperaría, Alicia es una chica atractiva, lo que no significa que rigurosamente sea un chico atractivo; tiene ojos verdes, pequeños, como pellizcos, pero que contrastan perfectamente con su piel canela, tostada inclementemente por el sol norteño, y que alumbran como destellos su rostro pequeño y delicado, usa el cabello corto por razones evidentes y aunque trata tediosamente de disimular su sonrisa y volverla masculina, es imposible no notar lo bella que es.

Utiliza los blue jeans gastados de la moda de antaño, jamás pantalones pitillos puesto que, como ella dice, busca parecer masculina, no maricona. Polos sin estampado, casi siempre morados o negros y sandalias. Jamás usa maquillaje, no quiere parecer emo ni mucho menos, no porque tenga algo contra ellos, sino porque sencillamente le resultaría desagradable; para ellos está bien, para mí no, bromea bonita y forzadamente masculina (si es que se puede ser ambas cosas a la vez, yo creo que sí; en toda persona existe belleza independientemente de su género).

Alicia es brillante y deslumbrante, es escritora y pintora, estudió literatura en Santiago (dios sabe porqué) y ahora vive lejos de las rabietas de Don Godofredo y de las quejas de los vecinos heridos en media noche por la ira y la paranoia de su papá, que gritaba incompleto: “Muere Pablo, hijo de mil putas”. Ahora vive con una linda niña que adoptó porque quería concretar su deseo de ser padre y, por primera vez, darle amor y atención a alguien, para enseñarle que cada uno es lo que pueda crear, conocer y dominar, sin importar qué seas o quién seas o si estás en un cuerpo equivocado o en un mundo errado y ajeno.

Alicia pinta las paredes de mi cuarto cuando se lo pido y la pequeña Clit la ayuda incansablemente con su ropita de constructor amarilla y una gorrita gris que sólo permite apreciar su belleza, sin que pueda notarse claramente su sexo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El delatador

El delatador vive conmigo, estudia en la misma universidad, comemos juntos siempre, me acompaña al baño y duerme conmigo; inclusive, sale con mi chica siempre y la conquista a su modo, pero él no está enamorado; a él le encanta jugar con las personas que lo rodean, encantarlas, seducirlas y luego lastimarlas o, en el mejor de los casos, olvidarlas.

Luchamos una guerra furibunda y letal todos los días desde que tengo recuerdo, nos odiamos mutuamente, somos, como dice la canción: enemigos íntimos; sin embargo, sabemos que no podemos vivir sin el otro. Pero yo soy un torpe guerrero, un soldado bobalicón y cobarde, mientras él es bravo, indomable, con una lengua ponzoñosa, envenenada. Un sujeto de cuidado es el delatador que vive conmigo.
Casi ha crecido conmigo y conoce tan bien como yo a los pocos seres que me han conquistado y han logrado ganarse mi cariño y respeto, pero él los odia a todos, él es el que jamás perdonó una injuria y el que vive planeando dar biliosos golpes por doquier a las humanidades arrepentidas de todo aquel que en algún momento me propinó un inmerecido daño. Esto no quiere decir que él sea mi redentor justiciero ni mucho menos, esto significa que cada vez es más independiente de mí; que cada vez se siente más libre para actuar.

Se divierte doblegándome, desapareciéndome, tomando el control de todo mientras yo miro aterrado; cada vez se hace más fuerte y más cruel, las temibles batallas se convirtieron ahora en retiradas fugaces por mi parte, en escaramuzas desiguales, injustas. Mis tropas están cansadas, alicaídas, espantadas de tanto bombardeo, de tanta fuerza incontrolable que significa el delatador. Ya no puedo más.

Todos aman al delatador sin saber que están contribuyendo a que acabe conmigo, que me venza por fin. Lo aman y lo fortalecen, pero cometen todos un error, él no sabe lo que es querer, ni retribuir; lo agigantan ignorando que a la larga terminará por utilizarlos también, y hasta destruirlos si se interponen en su camino. El delatador se vuelve poderoso con cada risa que provoca, con cada persona a la que convence, con cada mequetrefe que ridiculiza; y se sabe poderoso ante mí porque es más corajudo y bravucón, porque, contrariamente a mí, avanza temerario en la vida, sin responsabilidades ni inconvenientes; mientras que yo cada día me debilito más pensando en el mañana, en mi futuro, en nuestro futuro, tan poco deslumbrante e incierto, como el desdichado y abnegado mártir que todos ignoran que soy.

El delatador es muy astuto, casi no tiene debilidades; sabe que yo las tengo por montones, sabe que me cuesta ocultarlas, que les temo sobremanera, que en el único espacio donde me siento seguro es en mí mismo, que me oculto cual tortuga en su caparazón; sabe, también, que tengo enemigos (que también son los suyos, a veces y en cierta forma) y que como él, quieren verme hundido, pero no encuentran la manera de derrotarme. Él se las cuenta, me delata. Ahora que está tan de moda, les vende información confidencial, me vende completo, como si hubiera olvidado que sin mí no puede existir, a cambio de jolgorio y zambra soy cedido. Ventila, oliscón, todos mis defectos, mis cojeras, mi vida completa e intimidades vergonzosas, por eso la gente lo adora. Por eso todos lo celebran y se ríen de mí (pensando que conmigo), llaman valentía y desinhibición a esa vil traición, deplorable hasta en enemigos.

Todos le temen al delatador, y con razón; ha acabado cuando ha querido y como ha querido con todos sus enemigos y muchos míos, también; los ha humillado grosera y cruelmente. Brilla con luz propia dondequiera que desee lucir su peligrosa habilidad de transformar todo lo acumulado de su espionaje, robándole información a mi realidad y tomando posesión de mis secretos, en material explosivo, corrosivo y atractivo, en mentiras persuasivas y creíbles hasta para los más desconfiados oyentes y lectores.

El delatador siempre emerge, en cualquier momento y en cualquier lugar; ha adquirido el control absoluto en este aspecto.
Como consecuencia de las observaciones que hizo de todas las personas que nos rodean ha aprendido cómo comportarse con cada una, convirtiéndose así en un hipócrita consumado, pero peligroso; una víbora opaca, camuflada y peligrosa, un lobo cubierto de lana. Alimenta su ego con la necesidad de los otros de tenerlo cerca y alimentarse de sus mórbidas palabras, gestos y miradas; los utiliza a su manera, pero no puede controlarlos aún; se prostituye con ellos para volverlos adictos a su libido, a sus lujuriosas chácharas. Porque él no está con ellos por cariño, está siempre con ellos para poseer el poder suficiente que le permita luego ganar tanto dinero como sea posible, de la manera que sea posible, y así apartarlos y no verlos más. Son su entrenamiento y práctica. Son su alimento.

Su mentor es un personaje conocido y desconocido a la vez; es “público” porque mucha gente lo ve, lee y admira, y es desconocido porque sólo se muestra tal cual es con el delatador. Todos ignoran lo que a hurtadillas y con maleficencia traman juntos en conocidos cafés de Lima.
El delatador lo admira, pero sabe que en algún momento será necesario destruirlo, su mentor lo sabe, se lo ha escuchado decir, pero lo deja pasar, le gusta; sabe que su legado de astucia y disimulo verá un futuro seguro en las manos del delatador.

Nunca tiene miedo, yo siempre lo tengo, soy un cobarde consumado. Él es el que grita por mi boca, desde mi interior, cuando ha decidido hacer sufrir a mi chica; las lágrimas son mías cuando he decidido volver a batallar, querellarlo por hacerle mal al único que ser amo aquí, en Lima. Él trata de convencerme que no existe el amor.

Él es el que espera que a todos les vaya mal, que les vaya peor que a él; es él quien disfruta provocando profundas heridas en los que osan enfrentársele. Soy yo el que teme ser herido.

Él es el que sólo piensa en sexo, el que tiene fantasías inmundas, deseos y perversiones bajas y mordaces. Es él quien piensa que el dinero hace la felicidad y se ríe como un lunático cuando lo consigue a costa del sufrimiento de otros.
Es él quien va a negar todos estos ataques, con miradas de complicidad y risas fingidas.

Soy yo, quizá, la mejor parte que algunos han conocido y él la peor. Soy yo el que me disculpo cuando él enloquece y hiere. Soy yo el pusilánime que se ha resignado a ser un personaje menor del acontecer diario del mundo. Soy yo el avinagrado y parco que ríe con nadie, que casi no tiene amigos, que nunca se burla de los demás, que jamás pensaría en decir una procacidad, que respeta a las religiones y hasta reza. Es él quien me hace agnóstico a todo.

No estoy seguro de qué es lo que pretende, no sé bien si será mejor o peor su dominio sobre mí; quizá observarlo escondido acabar con mis dificultades sea mejor que seguir librando esta disímil cruzada que sólo me provoca más desaires.
Siendo, como soy, forzosamente, un oyente más y un lector más del delatador, temo el sentirme desnudo sin su poderosa presencia en mi ser; temo no ser tan distinto a él: resignado a ser mediocre; me reconozco a veces en él, sé que no puedo ser como él y decido odiarlo. Temo seguir temiendo.

No hay que amar al delatador, tampoco hay que temerle. Hay que aceptar que la peor parte está por venir, solamente.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Añoro

¿Cuándo será, hermanos,
que un domingo de misa,
por pesares tercos,
recalcitrantes,
nos dispongamos
a la mesa, libres
del adiestramiento en
la mezquindad
para aprender a aceptarnos?

¿Cuándo será, hermanos?

Que un domingo agrio,
con el sol norteño,
sin pesares y holgados
disfrutemos sin usura
de las leyes de la sangre.

¿Cuándo será, hermanos?

Que rememoremos
los tiempos mozos de
la célibe estructura familiar,
que núbil y cándida,
ardía a todos con su calor.

Vocación de crío

De niño siempre pensaba en que quería ser ingeniero, firmar cartas antecediendo a mi nombre un ING importantísimo, que me llamaran ingeniero Marco Vásquez, con respeto, como a mi padre, y que, como a él, obedecieran y respetaran; quería tener un escritorio en algún lugar lejano de mi casa (y otro alejado de ella) que dijera: Director, como el de mi papá, y quería que me dejaran meter los goles cuando se fugaba fútbol y hacer los puntos cuando se jugaba voley.

No tenía ni idea, como va quedando sobradamente en evidencia, de lo que era ser un ingeniero. Pero en ese momento estaba apasionado por la idea, así que viajaba constantemente acompañando a mi padre por todo el Perú, esperando encontrar, como siempre sucedía, al final del camino un palacio, un cuarto, un edificio que tuviera adentro, en un rincón alejado, el escritorio del Director y una silla giratoria al costado reservada para su hijo, el que quería ser Director y reemplazar a papá en su tarea.
Alimentaba de esa manera el ansia que sentía por crecer y estudiar ingeniería.

Además, por aquellos tiempos, era el único hijo de mis padres (creo que mi primer hermano estaba en camino, confabulando mi derrota en la batalla por el cariño de papi y mami) y vivía notoriamente holgado, disfrutando y acostumbrándome a complacencias costosas y exuberantes. Estaba decidido: Sería ingeniero (o por lo menos firmaría como uno).

En secreto robaba los sellos de mi padre, las hojas, los expedientes, todo. Los guardaba para mí, al fin y al cabo decían: Ingeniero Marco Vásquez. Director. Me ahorraría dinero si usaba esos y no compraba otros: pensaba sonriente, ondulado, orejón y convencido.

Pero sucedió.

Siempre he pensado que estar en un aula reprime el potencial creativo e imaginativo de un niño, llegando al punto, incluso, de paliar sus aspiraciones y sueños (por eso es que procuro esmeradamente no estar en ninguna).
Acelerada y atropellada pasó mi primaria con algunos recuerdos memorables, felices. Esperaba al fin de cada año para que me dieran el diploma, me felicitaran y todo; éramos sólo once los premiados y doscientos los ausentes, siempre creí que era injusto y denigrante que a tamaña cantidad de niños infecundos se les obligara a aplaudirnos por algo que yo no entendía bien, por cartulina y una foto. Mi mamá estaba feliz, yo no. En la cartulina decía todo menos ING.
La profesora decía que eso era lo que todos nosotros queríamos, que estudiáramos para conseguirlo, que ese diploma nos haría felices. Mandona y convincente era la profesora de las faldas pequeñas y las blusas transparentes.
Pero yo quería ser ingeniero y esperaba bien obediente a diciembre del próximo año a ver si esta vez lo notaban y ponían ING antes de mi nombre.

Vino la secundaria, los vellos, la nueva voz, el crecimiento, la masturbación y luego el sexo torpe; y hasta ahí todo bien, pero llegaron también, dispuestos a arruinarme la vida: los algoritmos, las quebradas, funciones y todo eso que soporté, y en lo que resalté, por tres años. Los últimos dos aprobé o porque en los colegios del Opus a los profesores les gustan ondulados, o porque a los profesores les gustaba darle la mano a mi papá. Lo cierto es que me divorcié de los números, de la matemática, de mis sueños infantiles y de la mesa con placa que dijera: Director, con sus sellos y papeles ordenados.
Una tarde de invierno, mientras veía “Cara Cortada, el precio del poder” quise ser Al Pacino, o mejor dicho, Tony Montana, porque a pesar de haber aprendido tan bien el arte del histrionismo en la secundaria, sabía que en el Perú para ser actor había que ser modelo y malhablado y yo no calificaba para ninguno de los dos requerimientos. Me gustaba solamente un requisito secundario desprendible del primero: estar dispuesto a desnudarse frente a cámaras y ensayar durante horas la escena del sexo con una modelo malhablada.
Pero quería ser Tony Montana. Me gustaban los autos caros (a pesar que no sabía, ni sé, nada ellos), las mujeres dispuestas, las armas y la droga; era perfecto para mí. Lastimosamente descubrí rápido que no era lo mío, pues se tenía que estar dispuesto a todo y yo no estaba dispuesto a nada, a pesar de eso practiqué unas veces, pero nunca llegué a las grandes ligas.

Rescaté algo de mi ambiciosa carrera por ser un ingeniero: el gusto por viajar. Amo viajar (a veces más lejos de lo que debería y lo que está permitido). Inclusive amo ir a la casa de mi chica y volver a la mía, que se encuentran separadas, maléficamente, por dos horas, para ver el camino, los carros feos, la Lima gris, la Lima bonita, y mirar a las personas correr como drogadictos de un lugar a otro.

Por eso ahora, consecuencia de uno de mis viajes, el más largo y provechoso, descubrí en la librería Crisol del Jockey Plaza – en la sección infantil – que quería ser escritor.

Hacía buen tiempo para las radios, para mí era horrible; estaba libre y mi chica quería que paseáramos. Fuimos al Jockey convencidos que encontraríamos algo que hacer. Fallamos. De todas formas fuimos a comer algo y después, para no sentir el bandullo lleno y pesado, curioseamos en Crisol; nos agachamos a ver los libros, ella va a la parte de sexualidad, me llama, lujuriosos planeamos en silencio, cómplices; estamos cansados ahora y queremos sentarnos, los libros me fascinan, quiero leerlos todos, ella encuentra una mesa ridículamente pequeña y mal adornada que parece ser la sección infantil, comprendimos al ver que estaba vacía porqué en el país seguían existiendo niños babositos que hablan como el carajo, con barbarismos y notoria influencia de las animaciones estadounidenses que pasan en el cable; nos sentamos y no cabemos, vemos un espacio escalonado a la izquierda, perfecto; ella se queda ojeando, husmeando, yo secuestro un libro de Saramago, vilmente y con pecaminosidad, lo conduzco hasta mi nuevo recinto, le quito disimuladamente el plástico que lo envuelve y lo devoro enseguida. Así con Vargas Llosa, así con Ovejero, así con todos, excepto con Beto Ortiz, al que escupí con asco y malquerencia, y él que decía un: “Por favor, no me beses”, que debió ser una súplica de “Por favor, no me escupas”.

Así, burlándome de mi trillado pasado colegial, de mi secundaria libidinosa, prepotente y tóxica, de mi primaria precoz, llorona, de mis profesoras con piernas largas y blusas translúcidas, de mis profesores del Opus, chistosos, irrisibles y mandones, de la represión que son las aulas, las carpetas, las pizarras, de todo; burlándome de todo vuelvo a ser un niño, vuelvo a soñar con el futuro, con mis bigotes y mis barbas; y vuelvo a ver sonriente, ondulado y orejón la vida tan curiosa como es.

Ahora quiero ser ingeniero y tener mi escritorio, mis sellos, mis papeles; quiero ser abogado y, bueno la razón la sigo pensando; quiero ser narcotraficante porque me gusta el poder, quiero ser escritor porque deseo ser libre.
Quiero ser escritor porque quiero ser un niño por siempre.

domingo, 25 de octubre de 2009

Porque lo que se quiere son opiniones

Se está discutiendo la despenalización del aborto por violación, o mal llamado aborto “terapéutico”, y el aborto eugenésico en el país en pro de un desarrollo del sistema democrático.

Y como son necesarias opiniones y no, como he leído y oído, objetividad, formularé mi opinión con respecto al tema. Porque eso es lo que se busca en un sistema democrático, a eso se apunta; a pesar de que se viva en un país Católico, Apostólico y Romano, donde la Iglesia tiene un poder desmedido e inmerecido y amenaza, a corto o mediano plazo, al atributo más importante de la democracia: el pluralismo.

La Iglesia Católica no es una institución democrática, como no es, ni podría serlo, religión alguna; defiende verdades innegables, absolutas e indiscutibles, pues provienen de Dios. Ellos buscan “objetividad”.

Lo adecuado sería un Estado laico en donde se prediquen las creencias religiosas lejos del poder, en competencia con el resto de las religiones.

Y menciono esto ya que las principales opiniones, y las de maneras más marciales y arrojadas, en contra del aborto provienen de gente ligada, a veces indirectamente, a la Iglesia Católica o a una de sus “ramificaciones” extremistas.
De igual forma como me parecen desatinadas esas opiniones (impositoras y dictatoriales), me parecen, también, bajos y ruines los medios que han usado para defenderlos: fotografías e imágenes de fetos y abortos. Lo cual es igual de descabellado que anexar imágenes o videos de violaciones, o de fetos malformes para defender mi postura.

Aclaremos algo: es totalmente discutible si el embrión de pocas semanas está dotado de alma (según los creyentes) y debe ser considerado un humano o si es sólo un proyecto de vida, porque no hay modo alguno de zanjar esa cuestión científicamente.
Los científicos y los eclesiásticos sólo pueden pronunciarse con respecto al tema en base a sus creencias y principios, mas no amparados por la ciencia.

Así pues, dejando claro esto, ahondaré en el tema.

Considero intolerable que se le obligue a una mujer a parir a un niño que ella no quiere tener, induciéndola así a delinquir y utilizar dudosos medios que ponen en peligro su vida.

Lo cierto es que el aborto ha existido desde tiempos arcaicos, se prohíba o no en el país, y va a seguir practicándose de igual manera lo ampare la ley o no. Con frecuencia se confunde la despenalización con promoción del aborto, como una incitación al mismo, cuando la verdad es que despenalizar el aborto solo permitiría que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz a sus críos –porque fueron engendrados producto de una violación, ponen en riesgo su vida o sufren de alguna enfermedad incurable e insufrible– interrumpan su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y según ciertos requisitos, para evitar, como ocurre en todos los países del mundo donde se penaliza el aborto, que éste se realice de manera informal, precaria, riesgosa y que, además, se pueda ser incriminada por ello.

Se aplacaría también, o siquiera se reduciría, la discriminación que existe en este dominio, que no es poca; la prohibición es solo prohibición para las mujeres pobres, pues las otras tienen a su alcance cuantas veces quieran la posibilidad de abortar, ya sea viajando al extranjero o pagando a clínicas privadas para que lo hagan con la debida reserva. Las mujeres pobres deben recurrir a curanderos u obstetrices clandestinas que ponen en riego su salud, las maltratan, las dañan y hasta las matan.

El estado, si bien debe jugar un rol importante, no puede elegir en nombre de la mujer, ni forzarla a hacer algo en contra de su voluntad. Eso sería un atropello. Lo correcto es que el gobierno aconseje y fije ciertos límites –como se da en países como Holanda o Italia– como el plazo máximo o la obligación de un período de reflexión entre la decisión y el acto mismo.
Como las consecuencias que acarreará traer al mundo a un nuevo ser sólo las conoce plenamente la madre, sería coherente que ella evaluase y decida.

Y ¿por qué creo que es la mujer la que debe elegir y no el estado?

En las democracias avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. No se trata, como señalan algunos “famosos escritores”, de abortar sólo y, únicamente, porque el crío sea producto de una violación, se trata de la libertad de la mujer a elegir si es que quiere tener a ese crío una vez embarazada. No siempre se querrá abortar a los niños no deseados, como no siempre se querrá tenerlos.

Yo considero que la despenalización del aborto es la manera más eficaz de atenuar el problema. Esto no quiere decir que no deban atacarse también los medios que lo causan y creo que la mejor manera de hacerlo es mediante educación sexual en la familia y escuelas (solución que también critica la Iglesia Católica, defendiendo el “método natural” tan poco seguro).

El aborto se trata de un recurso extremo e ingrato al que hay que resignarse como a un mal menor.

jueves, 22 de octubre de 2009

Te querellaré, omelet de fieras

Desde la maleza donde permanece escondido, con ojos de cuarzo, marrón y dorado, observa impasible, silente. Con los tendones tensos y el cuerpo acurrucado, disponiéndose para erguirse enérgico y atravesar las llanuras herbáceas robándole divinidad a los dioses y rapidez al viento, olfateando el miedo y desenfundando las garras. Hermoso, desde la elegante cola señorial, reposada en el suelo para permanecer oculto, y bello, hasta los filosos marfiles blancos, acentuados y notorios por el contraste con el azabache sedoso entre el amarillo ocaso de su espalda y rostro. Las dos patas delanteras firmes, extendidas en la llanura, las traseras retraídas. Está listo. Espera sólo la señal del viento para que acalle sus pasos, la complicidad del ambiente para impulsarlo en su carrera y el óbolo de los carroñeros y su pantano para cercar el camino.
Distraes la vista, bajas el arma, símbolo de tu arrogancia, de tu jactancia e irreverencia, limpias tu sudor y un segundo después todo ha acabado. Intempestivo, hiere el golpe, letal el pulso, mortíferos los colmillos, implacable, y bello, el asesino, erguido espera que lo aprecies, que lo comprendas, que lamentes.
El tigre, una vez más, ha mostrado su arte. Y así, sin más, se marcha, dejándote a merced de una muerte segura, se lleva sólo tu arrogancia y espera que, por falta de ella, mueras. Te conoce, los conoce a todos, tristes seres humanos, una vez más les ha demostrado que este mundo no es el suyo.
Te devoraré apasionadamente, con febril desenfreno, y bello, para demostrarte, intruso, que mi tierra, mi mundo, no es el tuyo.

viernes, 16 de octubre de 2009

Mi mundo está cambiando

Así las cosas:

Mi padre se encuentra enclaustrado, curiosamente por voluntad propia, en una casa de retiro en Chiclayo, víctima de una secta organizada por la oligarquía norteña para expiar las culpas y los desatinos morales que pudieran cometer en su – no menos desatinada – carrera por el reconocimiento y por el dinero.
Mi padre está cambiando, su mente se está ampliando tanto que he llegado a pensar que quizá sea yo el que deba hacer el papel de avinagrado y áspero mandamás del hogar (eso jamás pasará, no soy tan autoritario).
En todo caso, me siento feliz por eso. Me siento feliz por él, porque ahora él está feliz y se desvive por hacerme feliz a mí.

Mi madre parece estar más feliz que nunca. Es una mujer fuerte, inteligente y peligrosamente culta (esta debe ser la razón por la que se unieron mis padres porque no encuentro otro común entre ellos) y sesuda, como es, se encargó – desde antes de nuestros nacimientos – de trazar una línea de vida dura, competitiva, santa y varonil para mí y mis hermanos (tristemente, nunca hice nada competitivo, santo ni varonil en el transcurso de mi vida de lo cual hubiera podido sentirse orgullosa)
Decidió desde los colegios en los que estudiaríamos hasta las galletas que comeríamos en los recreos o la fruta que comeríamos porque era buena para esto o lo otro y, en el más desesperado de los casos, para un mejor rendimiento sexual, hijito.
Pero como nunca cumplí ni un punto de la famosa línea, siempre me pareció que ella no era feliz conmigo, o simplemente que no era feliz. Siempre tan preocupada por la educación, ella; siempre aterrada por un futuro impróspero, siempre intranquila, siempre enferma (de histerismo), siempre nerviosa y molesta.
Y ahora no, ahora está feliz también, como mi padre, aunque por diferentes causas, y está contenta por la razón más extraña que jamás hubiera podido imaginar (ni con toda la hierba del mundo, ni con todas las pastillas, ni con nada) porque me cambiaré a la carrera de literatura, esa carrera que siempre me negó, esa carrera que no era carrera, que era penosa y sin futuro, perdiendo todo lo avanzado a costa de lágrimas y sangre en derecho, que tampoco es tanto.

Mi chica, por el contrario, no está feliz. No está feliz con nada y comienzo a pensar que tampoco conmigo (estoy exagerando, claro).
Yo sí estoy feliz, pero no pareciera: ¡Carajo esto! ¡Puta madre! ¡A la mierda lo otro! ¡Me cago en aquello (mayormente en el milagro que procreó a seres tan bienquistos y educados como los cobradores)! Sí, me estoy convirtiendo en todo un caballero, joder.
Hemos llegado al momento decisivo, hemos vestido nuestros uniformes de batalla (y ella se ve tan sexy y poderosa así) y hemos decido salir a combatir, cada uno, contra la única persona con la cual jamás habíamos pugnado por el poder: el otro: usando palabras de grueso calibre, corrosiva agudeza, lascivia, ensañamiento y lujuria.
A pesar de eso y de algunas lágrimas como coste por ambos bandos (aunque esto último es discutible) estamos más unidos que dos testículos dentro del escroto, aunque siempre con libertad de acción.

He descubierto, y esto es lo que más me preocupa, que soy un bueno para nada, un infecundo flaquito de lentes y, además, un poco tonto (por no decir: un imbécil del culo).
No ocupo mi tiempo en muchas cosas porque no me gusta hacer casi nada y no sé si esto será una enfermedad, pero en el caso lo fuere, los síntomas se han agudizado en las últimas semanas al punto de mantenerme postrado en cama bajo descanso obligatorio, cura del sueño. Así que, entiéndase que últimamente no he estado haciendo casi nada del ya “casi nada” de mi actividad. Por eso cuando por fin volví a practicar una de mis diversiones favoritas que consiste básicamente en humillar al rival luego de una paliza mental: el ajedrez, descubrí que después de tamaño lapso de ausencia ya no era bueno ni siquiera en eso, ya que fui apaleado brutalmente, endemoniadamente y sin clemencia por un sujeto cuatro veces. Me horroricé. Ya no quiero pasatiempos: dormiré más, en eso nadie me ganará, estoy dispuesto a esforzarme inhumanamente para cumplirlo y humildemente acepto tener talento para eso.
Me he demostrado, también con esto, que soy un sujeto rencoroso, envidioso y pésimo perdedor.
Aparentemente todo este clima enemigo despierta en mí un hambre desmedido, descomunal, desconocido hasta antes del primer gobierno de Alan. Tengo hambre casi siempre y estoy panzón, eso siempre me había molestado, pero ahora no, por alguna razón desconocida estar panzudo no me molesta, más bien estoy contento: le he puesto un nombre a mi bandullo, froto mi barriga siempre, hablo con ella, le doy cariño, la toco lujuriosamente, la deseo en silencio – no revelaré por pudor más detalles al respecto –

Estoy hambriento, sediento, soñoliento, dopado, embrutecido, sonso alegre, panzón, pero a pesar de todo feliz.

¿Estaré cambiando? o ¿me estaré descubriendo, conociendo quién soy yo en realidad? Estoy frente a un dilema. No estoy seguro. Por ahora dormiré, sé que así resolveré este problema, sólo de eso puedo estar seguro ahora.

viernes, 9 de octubre de 2009

Algunas ideas acerca de la institucionalización (I)

Hace poco leía algunos artículos relacionados con los CADE (Conferencia anual de ejecutivos), y atrajo mi atención, especialmente, la importancia que se le concede a la sociedad civil, distinguiéndola como base de la organización humana.

Para comenzar, aclararé algunos puntos que serán indiscutiblemente necesarios para el entendimiento de lo que a continuación sostendré.
Primero, definiré al hombre como un ser que se proyecta siempre, es decir se echa hacia delante y construye cada instante de su futuro escogiendo entre los diversos futuros posibles; en pocas palabras, es un ser que toma decisiones. Pero también es un ser que, por naturaleza, es egoísta: siempre busca su propio interés y quiere realizarse a sí mismo más que otra cosa. Siempre busca su enriquecimiento, y esto no quiere decir que es un materialista. Con enriquecimiento me refiero a que busca alcanzar todas sus metas, todo lo que persigue naturalmente.
Segundo: personalmente sitúo a la libertad individual como centro de toda actividad humana, algo bastante lógico.
El hombre es libre, pero al ejercer su libertad debe tomar en cuenta la libertad de los otros. El mayor acto de libertad es la prohibición personal de la libertad salvaje o libertinaje. Irónico, ¿cierto?
Tercero: hablando del libertinaje. Me animaría a decir que la libertad salvaje se basa siempre en una mentira que es recurrente en más de un pensamiento; la auto dependencia. Nadie es totalmente auto dependiente, todos los hombre dependemos del resto, aunque sea indirectamente, para alcanzar nuestro enriquecimiento, y sobre esto hablaré más a medida que prosiga el ensayo.

Espero esto haya servido de prólogo para lo que sostendré a continuación.

No existe en ningún grupo humano una sociedad superior o autoritaria, ni mucho menos un organismo de control – como lo es el Estado –, que represente a la humanidad y determine desde un sitial privilegiado de control los destinos de cada uno de los hombres.
La historia está hecha por las decisiones de múltiples individuos que se adaptan a diferentes niveles y que van modelando la organización de la vida humana.

El hombre es un ser egoísta, como ya mencioné; ahora bien, usualmente busca aumentar su riqueza de forma comparativa; es decir, quiere ser más que los demás. Aquí se establece la libertad; ya que, siempre la libertad ha de instaurarse en clima de competencia porque en los campos de la actividad humana donde la escasez es un elemento inevitable y donde no todos pueden tener todo, la libertad y la iniciativa son aún más claramente entendidas como una superación del otro, como un “ganarle” al otro.

Resaltaré el hecho que para ser eficientes en la búsqueda de nuestro propio interés siempre debemos de relacionarnos con otros hombres que buscan el suyo y constituir una sociedad civil, es decir, una agrupación de hombres libres. De esta manera, paradójicamente, el hombre tiene que ser independiente (que no es lo mismo que auto dependiente) y sociable a la vez.

Una sociedad civil moderna es aquella en la que los hombres necesitan uno de otro en particular. Quizá está última afirmación merece una explicación porque, a simple vista, parece contradictoria. En la sociedad moderna las necesidades individuales se satisfacen a través de un mercado y el mercado es, lógicamente, inconcebible sin referencia al conjunto.
Esto se basa en que ninguno de nosotros -poderosos hombres del sigo XXI- producimos nada que podamos utilizar directamente.
Destaco lo siguiente, a manera de aclaración: dentro de sociedades más simples y primitivas, muchas necesidades pueden ser satisfechas por una economía de autoconsumo y, en ese caso, el hombre es bastante autárquico, es relativamente independiente a los demás hombres.

Ahora bien, pensemos qué pasaría si cada hombre busca sus propias satisfacciones sin ningún tipo de organización. Simplemente todos terminaríamos matándonos unos a otros y nadie avanzaría mucho. Por eso ante esta necesidad, el hombre se vio obligado a crear reglas de juego fundamentales y un árbitro que las haga cumplir, las leyes y el estado (poder judicial), respectivamente.
Ya Hobbes, en siglo XVII, plantea la carestía de institucionalizar la sociedad civil como respuesta a la necesidad mencionada anteriormente.

Pero, en caso no haya quedado claro, ¿Qué son y para qué sirven las instituciones?

Las instituciones son, ante todo, las normativas sobre las cuales una sociedad se rige. Que si bien es cierto establecen algunas limitaciones, abren otro tipo de capacidades y, lo más importante, crean seguridad.
Cuando dos hombres entran en contacto, cada una percibe de inmediato a la otra como una contingencia o un riesgo, esto se debe a que nadie puede prever el comportamiento del otro. Sólo se puede esperar lo inesperado de otra persona. Es por esta razón que son necesarias las reglas de juego, que aseguren que la otra persona no cometerá algo indebido, sino que mas bien su comportamiento impredecible quede reducido a un comportamiento, que si bien no se vuelve predecible, resulta inofensivo. Así se creará un sistema.

Las instituciones reducen la libertad de acción y de esa manera permiten manejar esa incertidumbre, dando lugar a que la libertad pueda darse de una manera más eficiente y plena.

sábado, 3 de octubre de 2009

Otro escritor mediocre.

Qué mediocridad la mía. De las peores, lo aseguro. Admiro a un escritor igualmente, o quizá más, mediocre que yo y que, además, es un cobarde consumado. Así pues, ¿qué puede esperarse de este pobre poeta? remedo de escritor que ni siquiera sale en televisión – y si consigue hacerlo sería por golpe de suerte puesto que, como va quedando claro, soy un sujeto apocado de ínfimas aspiraciones y poseedor de una suerte inmunda, con estoy último quiero que vaya quedando claro mi cochino pesimismo – ni encuentra un sustento al cual repudiar y del cual pudiera sentirse asqueado por poseerlo, o ser poseído por él, pero que seguramente ayudaría a aliviar las obligaciones económicas que no tienden a disminuir sino a multiplicarse conforme intenta hacer de su vida lo más independiente posible.

Pero, al mismo tiempo, el triste escritor no concibe la idea de vivir una vida menesterosa, no porque sea un avaro o un miserable al que le gusta sentirse más que otros, sino porque carece del valor necesario – y es mucho el que se necesita, casi fuera de los límites del alcance humano – para enfrentar a las personas que quiere, que no son más que dos o tres, siempre que deba negarles alguna complacencia costosa. Su chica le dice que no le importa que él no hiciese nada en un futuro y se dedique a escribir solamente, y ella habla en serio y con la verdad puesto que tiene dinero y no concibe la idea de obligaciones económicas extenuantes, pero él sabe que eso no será así siempre a pesar que se lo diga la persona que más quiere y a pesar que él le crea. Sueña con el día en que el meretricio intelectual, ese que siempre practica y que incontables veces le ha dado frutos y le ha abierto puertas – y piernas – sea suficiente para sostenerse si bien no en la cima, en un peldaño económico que le permita viajar mucho con su chica – porque él ama viajar y ama a su chica – y ¿qué mejor manera que la televisión?
Como se aprecia, este apandillado e indigno de muchas complacencias, escritor es un egoísta malévolo y, aprovechado como es, no le importa robarle su dinero a quien fuere que lo contratase en televisión para no hacer nada importante y dedicarse a seducir incautos y cándidos sujetos que permanecen como cocodrilos en sus estanques a la espera de carne fresca, de chabacanería y picardía inteligente que satisfaga su voraz apetito mórbido. Pero ve esa posibilidad lejana y le molesta tratar de alcanzarlo, por razones ya expuestas anteriormente.

El pobretón iluso es una mala persona (aunque esto es siempre debatible) pero aún así teme más que a otra cosa decepcionar a los pocos que han logrado ganarse su cariño, o que él ha logrado ganarse el suyo, entre ellos su hermano, que probablemente llegará a ser una persona intachable, reconocido y exitoso, sin necesidad de ser como aquellos avinagrados señores que andan echando polvo a los pobres conductores que a duras penas llegamos a nuestros destinos con autos que parecen esperpentos maldecidos por los dioses de la velocidad. O su chica, que sin lugar a dudas sería una empresaria exigente, de trato casi dictatorial, hábil con las personas y dueña de una mina, de propiedades por todo Lima y una distribuidora que pone en sus bolsillos cifras estrafalarias, y no todo por mérito propio.
Pero la más temida de las desilusiones sería la de sus padres, su “mami” sobretodo – pues su papi se siente exento de todo de culpa y esto es también debatible –, que es quizá la culpable de que un niño modosito, atento, caballero, maduro para su edad se haya convertido en un ser despreciable y desconcertante, apocado y penoso, irreverente, mediocre y un vago del carajo.
Y quizá la mayor responsabilidad suya radica en que siendo, desde muy joven, encantada por la cofradía de los elocuentes bibliotecarios y dueños de casas de la cultura no haya sabido controlar a este poeta loco que vivió siempre alejado de sus padres por su abrumador cariño, que no haya sabido convertir a su crío en una persona varonil, esforzado y apto para estudiar abogacía y que en vez de eso se haya bautizado en el oficio del periodismo bajo de letrinas, un oficio tan poco masculino – como diría marcialmente Escrivá de Balaguer, patrono de la escuela que dejé hace ya dos años –
El escritor mediocre sabe que su vida ha sido mediocre, que la obra que deja es mediocre y no sabe si tratar de cambiar eso porque quiera o no y sea o no del agrado de quien fuere vive tranquilo y bien. Y sabiendo esto – que es un mediocre del culo – sabe también que sin lugar a dudas es un escritor, o por lo menos está en su futuro ser un escritor, o es un escritor mediocre y obstinado, que a falta de verdadero talento, se refugia en el dudoso mérito de la terquedad.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Carta para Irina (extracto).

Lima, 19 de Marzo del 2009.

Querida hermana:

Son ya incontables días los que no te he visto y consiente estoy que he de perderme valiosos momentos de tu aprendizaje y caminar, felicitaciones que no podré darte personalmente, apoyo que no podré brindarte con sonrisa de complicidad; pero a pesar de todo, espero recuerdes que siempre llevo conmigo tu ser en mi corazón. Te extraño, pequeña princesa.

Ya estás pronta a cumplir - en el geminiano Junio - tu primera década y es probable que no pueda estar contigo físicamente. La angustiosa necesidad de saberte conforme con una llamada socava, desde ahora ya, mi ser. Debes haberte convertido en una señorita muy guapa, así como nuestra madre… siempre nos recuerdas a ella, a todos.

¡Qué afortunada eres, entrañable fraternita! es mayor que cualquier tesoro el que tú posees, no olvides eso; es invaluable el destello que de tu pequeño ser emerge para iluminarnos a todos desde la abierta puerta de tu sonrisa. Nunca te preocupes por si alguna vez alguien no notara esto, pues bien sabes que la masa en la cual te desenvuelves ha aprendido a no creer en tesoros, por eso cuando al fin han de encontrar uno replantean todo y se sienten ridículos ante la idea que es real. Yo sí veo, y puedo ver que eres uno de mis mayores tesoros.

Pero repito: ¡Qué afortunada eres! pues el mundo es tuyo y está destinado a caminar tus pasos. He ahí, en tu inocencia, donde reside el único espíritu discipular que es necesario para iluminarse; Buda y hasta el mismo Jesucristo, en el que tanto crees, sentirían envidia de tal candor. No permitas nunca que la gente que te rodea te reprima, reprima tus acciones y pensamientos, no te vuelvas como ellos. Tampoco, te ruego, dejes que se apoderen de ti sentimientos de tristeza y agonía, pues recuerda que son sólo nubes pasajeras y que tú eres el cielo, todo el azul infinito que sobre nuestras cabezas existe. No te aflijas por mi ausencia tampoco, porque sabes que siempre estaré contigo: Eres parte de mí.

Tengo una deuda contigo, querida, puesto que has servido de inspiración y fuente de aprendizaje a este mortal atormentado por la abstracción ilusoria y peligrosa que es su mente. Me has dado el ejemplo y por eso seré tu discípulo, cándida princesa.

Siempre presente, con afecto y nostalgia, estás en mi corazón. No lo olvides.

Del cariño más puro y con el cariño más beático.

Marco

El miedo a la profundidad.

“El miedo a la profundidad ha generado la superficialidad de todas las relaciones”.

Osho, La semilla de la mostaza.

Las relaciones interpersonales han cambiado y no es para bien, se han vuelto inmaduras y superficiales. Ahora una esposa es una novia y un marido un novio, los amigos son conocidos y la familia son compañeros de estadía.

Nadie está dispuesto a despojarse de su figura exterior para poder sumergirse en la profundidad y esencia de su ser, de donde brota realmente su existencia. Nadie desea abandonar su molde superficial, su filosofía social, su sistema, sus conocimientos y avances en el mundo exterior…después de todo ha costado mucho adecuarse, pues desde niños a todos los hombres (seres humanos) se nos reprime de tal manera que debamos abandonar algunas costumbres y creencias para encajar en una sociedad que carece de creador, pero que todos siguen. Así, pues, al reprimirnos vamos abandonando rasgos personales – esencia – que terminan por ser atenazados en lo profundo de nuestro ser. Son desterrados y arrojados a la oscuridad.

Esa parte reprimida, que es nuestra esencia, tratará siempre de reafirmarse, de mostrarse en el exterior y habrá que reprimirla por mucho tiempo y continuamente. Es por eso que tememos a la profundidad, porque sentimos miedo de lo que está dentro de nosotros, de lo que somos nosotros en realidad.

El mundo es de los locos y tiene sentido. Cuando un psiquiatra analiza a su paciente, no lo está sanando, porque él también está enfermo; sino que lo está reparando, volviéndolo útil de nuevo hasta conseguir que sea una pieza funcional dentro del mundo normal, pero no lo está sanando. Y no está mal eso, un enfermo puede ayudar a otro enfermo, pero jamás sanarlo si poseen la misma enfermedad y ninguno sabe cuál es; pues la enfermedad de la que sufren no es física. Así pues, los psiquiatras sólo sirven para regresarte a la masa de la cual has roto los límites de demencia normal, o sea, de estado racional. Todos viven en un estado de demencia normal, porque ellos se consideran normales, pero están enfermos; el que sale de esos límites normales está enfermo para ellos. Hasta los más grandes psiquiatras tienen miedo a la profundidad, porque exteriormente se han adecuado a la sociedad mejor que nadie, pero también fueron niños y también la psiquiatría, sus padres, sus maestros y la sociedad en general los han reprimido. Por eso temen a la muerte simbólica, saben que su sistema se derrumbará como cayeron en otro tiempo grandes escuelas de pensamiento filosófico como las Aristotélicas y las Platónicas. Todos los pensamientos resultaron inútiles, todos hechos polvo, porque el pensamiento en sí no es más que una invención del hombre. En consecuencia de esto, el hombre se ha convertido en un ser egoísta y dubitativo, ya no existe la confianza ni entre dos amantes – esposos – ni con los amigos, ni con la familia. Todo es superficial.

El mundo es de los locos, ¿qué espera la humanidad para enloquecer? Suena algo utópico, pero ¿no es eso lo que siempre nos han enseñado? ¿Que lo que carezca de razón en la sociedad es utópico?

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Alfa y Omega, ella.

Suave y liso como la seda
tu cabello mojado en el río.
Largos y bellos los rayos
que alumbran mi estancia
desde tu estrella.

En tu mirada aprecio la Gea
y en tu cuerpo la erosión
de una gónada,
acariciada tiernamente,
por los rayos de tu sol.

Mis empalagosas súplicas
se pierden entre tus dedos.
Mis más bellos deseos
se embarcan en góndolas
a por tu cuerpo sagrado
virgen, tú: Grial Santo,
arcángel reencarnado.

Ya volteas la mirada,
con cierta prisa de señora.
Sonríes, ¡Oh diosa!
ninfa blanca – caprichosa –
porque sabes a tu hijo
complacido con tu milagro.
Oscurece.
Las gotas de tu cuerpo
cristalinas y brillantes
alegran el firmamento
con el primor de tu recuerdo,

diosa madre consagrada.

sábado, 19 de septiembre de 2009

De Benetnasch Eta

Soy tu Orfeo de la Lira
con su venganza y dolor
y tu Mime, triste
de carmesí resplandor

En esta última romanza nocturna
oirás cómo gime
un alma que cumple pena
en el Tártaro de dios

Y todas las criaturas de la tierra
dormirán
al compás de mi serenata
y la dolorosa melodía de mi canto

En la tierra se desatará
la última gran masacre
se ocultarán bajo un tapete,
los cubrirán con un manto.
Las aves no volarán ni besarán el cielo
y las rosas blancas
se marchitarán de espanto
pues no habrá más semillas que germinar
no habrá más fruto sobre el mundo
que se pudiera cosechar.

Las virginales rosas blancas
– hijas de la tierra –
son la pena que los hombres

han de pagar por mi amargo canto.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Noche de amantes

Se oye un Violín Romance,
se respira el austriaco oxígeno
del aire, nos alimenta
una germánica ira…
junto con el piano y las cuerdas
y entre el oscuro café de tu taza
y mi azabache despeinado
,con miradas de dulce
y mi moka descafeinado,
se produce una rebeldía,
se produce un alarido.

Y es mi cuerpo que arde
es mi alma que grita
son mis ojos que abaten
tu frágil entrepierna
pequeña muchacha,
moza exquisita.

Es eterno el sentimiento
y malvivido el placer
por ser carnal y pavoroso
es sabroso y prohibido
… no se extingue, ni controla

Es el sexo jugoso
entre amantes inhibidos.

Son jinetes que recorren
al compás de mi cabeza
la sabana ardiente
de tu espalda desnuda.

Los cascos se detienen
en tus fondillos eternos
se mantienen mis caballos
esperando el alarido
de un demonio, de un
fornico culpable
de un deseable espasmo
de un furioso y malhechor
– por robado e infiel –
orgasmo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Réquiem de la muerte

Escuchar tus cuerdas y sentir la vibración de tus dedos
no es menos hermoso que el carmesí afluente del mar
Es tan refinado y tan amoroso, que me conduce
al violento vórtice de cadáveres y cuerpos
al infierno de Cáncer, con la sonrisa rosada en los labios
y el carmesí afluente en la mirada
con un sonido tripartita – sublime – en los ojos

Y en ese escarpado mortal,
un inesperado porrazo… tres cuerdas, tres en picada
un gélido golpe, y te siento ahora tal cual eres
tan fría, tan helada
Cada cuerda me desgarra, como loba, la espalda
me pierdo huyendo entre los nueve pisos del tártaro
me persiguen los potros, los caballeros rojos
los jinetes negros, esos que se llaman
Gula, Lujuria y Amor.

Me siento perdido en la oscuridad sin nombre
y ya no hay amigos, no hay jinetes, no hay caballos
Esa sinfonía tuya, esa melodía aprehensora
con sus tres cuerdas filosas y su compás malhechor

Y otra vez tan turbio el sonido,
tan fuertes las claves de Sol
me conducen hacía la noche eterna
al Índico sin diosa, al amor sin amor
al tiempo en donde se pierden
de vista los caminos – esas líneas en la playa –
que te dirigen al sol.