domingo, 25 de octubre de 2009

Porque lo que se quiere son opiniones

Se está discutiendo la despenalización del aborto por violación, o mal llamado aborto “terapéutico”, y el aborto eugenésico en el país en pro de un desarrollo del sistema democrático.

Y como son necesarias opiniones y no, como he leído y oído, objetividad, formularé mi opinión con respecto al tema. Porque eso es lo que se busca en un sistema democrático, a eso se apunta; a pesar de que se viva en un país Católico, Apostólico y Romano, donde la Iglesia tiene un poder desmedido e inmerecido y amenaza, a corto o mediano plazo, al atributo más importante de la democracia: el pluralismo.

La Iglesia Católica no es una institución democrática, como no es, ni podría serlo, religión alguna; defiende verdades innegables, absolutas e indiscutibles, pues provienen de Dios. Ellos buscan “objetividad”.

Lo adecuado sería un Estado laico en donde se prediquen las creencias religiosas lejos del poder, en competencia con el resto de las religiones.

Y menciono esto ya que las principales opiniones, y las de maneras más marciales y arrojadas, en contra del aborto provienen de gente ligada, a veces indirectamente, a la Iglesia Católica o a una de sus “ramificaciones” extremistas.
De igual forma como me parecen desatinadas esas opiniones (impositoras y dictatoriales), me parecen, también, bajos y ruines los medios que han usado para defenderlos: fotografías e imágenes de fetos y abortos. Lo cual es igual de descabellado que anexar imágenes o videos de violaciones, o de fetos malformes para defender mi postura.

Aclaremos algo: es totalmente discutible si el embrión de pocas semanas está dotado de alma (según los creyentes) y debe ser considerado un humano o si es sólo un proyecto de vida, porque no hay modo alguno de zanjar esa cuestión científicamente.
Los científicos y los eclesiásticos sólo pueden pronunciarse con respecto al tema en base a sus creencias y principios, mas no amparados por la ciencia.

Así pues, dejando claro esto, ahondaré en el tema.

Considero intolerable que se le obligue a una mujer a parir a un niño que ella no quiere tener, induciéndola así a delinquir y utilizar dudosos medios que ponen en peligro su vida.

Lo cierto es que el aborto ha existido desde tiempos arcaicos, se prohíba o no en el país, y va a seguir practicándose de igual manera lo ampare la ley o no. Con frecuencia se confunde la despenalización con promoción del aborto, como una incitación al mismo, cuando la verdad es que despenalizar el aborto solo permitiría que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz a sus críos –porque fueron engendrados producto de una violación, ponen en riesgo su vida o sufren de alguna enfermedad incurable e insufrible– interrumpan su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y según ciertos requisitos, para evitar, como ocurre en todos los países del mundo donde se penaliza el aborto, que éste se realice de manera informal, precaria, riesgosa y que, además, se pueda ser incriminada por ello.

Se aplacaría también, o siquiera se reduciría, la discriminación que existe en este dominio, que no es poca; la prohibición es solo prohibición para las mujeres pobres, pues las otras tienen a su alcance cuantas veces quieran la posibilidad de abortar, ya sea viajando al extranjero o pagando a clínicas privadas para que lo hagan con la debida reserva. Las mujeres pobres deben recurrir a curanderos u obstetrices clandestinas que ponen en riego su salud, las maltratan, las dañan y hasta las matan.

El estado, si bien debe jugar un rol importante, no puede elegir en nombre de la mujer, ni forzarla a hacer algo en contra de su voluntad. Eso sería un atropello. Lo correcto es que el gobierno aconseje y fije ciertos límites –como se da en países como Holanda o Italia– como el plazo máximo o la obligación de un período de reflexión entre la decisión y el acto mismo.
Como las consecuencias que acarreará traer al mundo a un nuevo ser sólo las conoce plenamente la madre, sería coherente que ella evaluase y decida.

Y ¿por qué creo que es la mujer la que debe elegir y no el estado?

En las democracias avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. No se trata, como señalan algunos “famosos escritores”, de abortar sólo y, únicamente, porque el crío sea producto de una violación, se trata de la libertad de la mujer a elegir si es que quiere tener a ese crío una vez embarazada. No siempre se querrá abortar a los niños no deseados, como no siempre se querrá tenerlos.

Yo considero que la despenalización del aborto es la manera más eficaz de atenuar el problema. Esto no quiere decir que no deban atacarse también los medios que lo causan y creo que la mejor manera de hacerlo es mediante educación sexual en la familia y escuelas (solución que también critica la Iglesia Católica, defendiendo el “método natural” tan poco seguro).

El aborto se trata de un recurso extremo e ingrato al que hay que resignarse como a un mal menor.

jueves, 22 de octubre de 2009

Te querellaré, omelet de fieras

Desde la maleza donde permanece escondido, con ojos de cuarzo, marrón y dorado, observa impasible, silente. Con los tendones tensos y el cuerpo acurrucado, disponiéndose para erguirse enérgico y atravesar las llanuras herbáceas robándole divinidad a los dioses y rapidez al viento, olfateando el miedo y desenfundando las garras. Hermoso, desde la elegante cola señorial, reposada en el suelo para permanecer oculto, y bello, hasta los filosos marfiles blancos, acentuados y notorios por el contraste con el azabache sedoso entre el amarillo ocaso de su espalda y rostro. Las dos patas delanteras firmes, extendidas en la llanura, las traseras retraídas. Está listo. Espera sólo la señal del viento para que acalle sus pasos, la complicidad del ambiente para impulsarlo en su carrera y el óbolo de los carroñeros y su pantano para cercar el camino.
Distraes la vista, bajas el arma, símbolo de tu arrogancia, de tu jactancia e irreverencia, limpias tu sudor y un segundo después todo ha acabado. Intempestivo, hiere el golpe, letal el pulso, mortíferos los colmillos, implacable, y bello, el asesino, erguido espera que lo aprecies, que lo comprendas, que lamentes.
El tigre, una vez más, ha mostrado su arte. Y así, sin más, se marcha, dejándote a merced de una muerte segura, se lleva sólo tu arrogancia y espera que, por falta de ella, mueras. Te conoce, los conoce a todos, tristes seres humanos, una vez más les ha demostrado que este mundo no es el suyo.
Te devoraré apasionadamente, con febril desenfreno, y bello, para demostrarte, intruso, que mi tierra, mi mundo, no es el tuyo.

viernes, 16 de octubre de 2009

Mi mundo está cambiando

Así las cosas:

Mi padre se encuentra enclaustrado, curiosamente por voluntad propia, en una casa de retiro en Chiclayo, víctima de una secta organizada por la oligarquía norteña para expiar las culpas y los desatinos morales que pudieran cometer en su – no menos desatinada – carrera por el reconocimiento y por el dinero.
Mi padre está cambiando, su mente se está ampliando tanto que he llegado a pensar que quizá sea yo el que deba hacer el papel de avinagrado y áspero mandamás del hogar (eso jamás pasará, no soy tan autoritario).
En todo caso, me siento feliz por eso. Me siento feliz por él, porque ahora él está feliz y se desvive por hacerme feliz a mí.

Mi madre parece estar más feliz que nunca. Es una mujer fuerte, inteligente y peligrosamente culta (esta debe ser la razón por la que se unieron mis padres porque no encuentro otro común entre ellos) y sesuda, como es, se encargó – desde antes de nuestros nacimientos – de trazar una línea de vida dura, competitiva, santa y varonil para mí y mis hermanos (tristemente, nunca hice nada competitivo, santo ni varonil en el transcurso de mi vida de lo cual hubiera podido sentirse orgullosa)
Decidió desde los colegios en los que estudiaríamos hasta las galletas que comeríamos en los recreos o la fruta que comeríamos porque era buena para esto o lo otro y, en el más desesperado de los casos, para un mejor rendimiento sexual, hijito.
Pero como nunca cumplí ni un punto de la famosa línea, siempre me pareció que ella no era feliz conmigo, o simplemente que no era feliz. Siempre tan preocupada por la educación, ella; siempre aterrada por un futuro impróspero, siempre intranquila, siempre enferma (de histerismo), siempre nerviosa y molesta.
Y ahora no, ahora está feliz también, como mi padre, aunque por diferentes causas, y está contenta por la razón más extraña que jamás hubiera podido imaginar (ni con toda la hierba del mundo, ni con todas las pastillas, ni con nada) porque me cambiaré a la carrera de literatura, esa carrera que siempre me negó, esa carrera que no era carrera, que era penosa y sin futuro, perdiendo todo lo avanzado a costa de lágrimas y sangre en derecho, que tampoco es tanto.

Mi chica, por el contrario, no está feliz. No está feliz con nada y comienzo a pensar que tampoco conmigo (estoy exagerando, claro).
Yo sí estoy feliz, pero no pareciera: ¡Carajo esto! ¡Puta madre! ¡A la mierda lo otro! ¡Me cago en aquello (mayormente en el milagro que procreó a seres tan bienquistos y educados como los cobradores)! Sí, me estoy convirtiendo en todo un caballero, joder.
Hemos llegado al momento decisivo, hemos vestido nuestros uniformes de batalla (y ella se ve tan sexy y poderosa así) y hemos decido salir a combatir, cada uno, contra la única persona con la cual jamás habíamos pugnado por el poder: el otro: usando palabras de grueso calibre, corrosiva agudeza, lascivia, ensañamiento y lujuria.
A pesar de eso y de algunas lágrimas como coste por ambos bandos (aunque esto último es discutible) estamos más unidos que dos testículos dentro del escroto, aunque siempre con libertad de acción.

He descubierto, y esto es lo que más me preocupa, que soy un bueno para nada, un infecundo flaquito de lentes y, además, un poco tonto (por no decir: un imbécil del culo).
No ocupo mi tiempo en muchas cosas porque no me gusta hacer casi nada y no sé si esto será una enfermedad, pero en el caso lo fuere, los síntomas se han agudizado en las últimas semanas al punto de mantenerme postrado en cama bajo descanso obligatorio, cura del sueño. Así que, entiéndase que últimamente no he estado haciendo casi nada del ya “casi nada” de mi actividad. Por eso cuando por fin volví a practicar una de mis diversiones favoritas que consiste básicamente en humillar al rival luego de una paliza mental: el ajedrez, descubrí que después de tamaño lapso de ausencia ya no era bueno ni siquiera en eso, ya que fui apaleado brutalmente, endemoniadamente y sin clemencia por un sujeto cuatro veces. Me horroricé. Ya no quiero pasatiempos: dormiré más, en eso nadie me ganará, estoy dispuesto a esforzarme inhumanamente para cumplirlo y humildemente acepto tener talento para eso.
Me he demostrado, también con esto, que soy un sujeto rencoroso, envidioso y pésimo perdedor.
Aparentemente todo este clima enemigo despierta en mí un hambre desmedido, descomunal, desconocido hasta antes del primer gobierno de Alan. Tengo hambre casi siempre y estoy panzón, eso siempre me había molestado, pero ahora no, por alguna razón desconocida estar panzudo no me molesta, más bien estoy contento: le he puesto un nombre a mi bandullo, froto mi barriga siempre, hablo con ella, le doy cariño, la toco lujuriosamente, la deseo en silencio – no revelaré por pudor más detalles al respecto –

Estoy hambriento, sediento, soñoliento, dopado, embrutecido, sonso alegre, panzón, pero a pesar de todo feliz.

¿Estaré cambiando? o ¿me estaré descubriendo, conociendo quién soy yo en realidad? Estoy frente a un dilema. No estoy seguro. Por ahora dormiré, sé que así resolveré este problema, sólo de eso puedo estar seguro ahora.

viernes, 9 de octubre de 2009

Algunas ideas acerca de la institucionalización (I)

Hace poco leía algunos artículos relacionados con los CADE (Conferencia anual de ejecutivos), y atrajo mi atención, especialmente, la importancia que se le concede a la sociedad civil, distinguiéndola como base de la organización humana.

Para comenzar, aclararé algunos puntos que serán indiscutiblemente necesarios para el entendimiento de lo que a continuación sostendré.
Primero, definiré al hombre como un ser que se proyecta siempre, es decir se echa hacia delante y construye cada instante de su futuro escogiendo entre los diversos futuros posibles; en pocas palabras, es un ser que toma decisiones. Pero también es un ser que, por naturaleza, es egoísta: siempre busca su propio interés y quiere realizarse a sí mismo más que otra cosa. Siempre busca su enriquecimiento, y esto no quiere decir que es un materialista. Con enriquecimiento me refiero a que busca alcanzar todas sus metas, todo lo que persigue naturalmente.
Segundo: personalmente sitúo a la libertad individual como centro de toda actividad humana, algo bastante lógico.
El hombre es libre, pero al ejercer su libertad debe tomar en cuenta la libertad de los otros. El mayor acto de libertad es la prohibición personal de la libertad salvaje o libertinaje. Irónico, ¿cierto?
Tercero: hablando del libertinaje. Me animaría a decir que la libertad salvaje se basa siempre en una mentira que es recurrente en más de un pensamiento; la auto dependencia. Nadie es totalmente auto dependiente, todos los hombre dependemos del resto, aunque sea indirectamente, para alcanzar nuestro enriquecimiento, y sobre esto hablaré más a medida que prosiga el ensayo.

Espero esto haya servido de prólogo para lo que sostendré a continuación.

No existe en ningún grupo humano una sociedad superior o autoritaria, ni mucho menos un organismo de control – como lo es el Estado –, que represente a la humanidad y determine desde un sitial privilegiado de control los destinos de cada uno de los hombres.
La historia está hecha por las decisiones de múltiples individuos que se adaptan a diferentes niveles y que van modelando la organización de la vida humana.

El hombre es un ser egoísta, como ya mencioné; ahora bien, usualmente busca aumentar su riqueza de forma comparativa; es decir, quiere ser más que los demás. Aquí se establece la libertad; ya que, siempre la libertad ha de instaurarse en clima de competencia porque en los campos de la actividad humana donde la escasez es un elemento inevitable y donde no todos pueden tener todo, la libertad y la iniciativa son aún más claramente entendidas como una superación del otro, como un “ganarle” al otro.

Resaltaré el hecho que para ser eficientes en la búsqueda de nuestro propio interés siempre debemos de relacionarnos con otros hombres que buscan el suyo y constituir una sociedad civil, es decir, una agrupación de hombres libres. De esta manera, paradójicamente, el hombre tiene que ser independiente (que no es lo mismo que auto dependiente) y sociable a la vez.

Una sociedad civil moderna es aquella en la que los hombres necesitan uno de otro en particular. Quizá está última afirmación merece una explicación porque, a simple vista, parece contradictoria. En la sociedad moderna las necesidades individuales se satisfacen a través de un mercado y el mercado es, lógicamente, inconcebible sin referencia al conjunto.
Esto se basa en que ninguno de nosotros -poderosos hombres del sigo XXI- producimos nada que podamos utilizar directamente.
Destaco lo siguiente, a manera de aclaración: dentro de sociedades más simples y primitivas, muchas necesidades pueden ser satisfechas por una economía de autoconsumo y, en ese caso, el hombre es bastante autárquico, es relativamente independiente a los demás hombres.

Ahora bien, pensemos qué pasaría si cada hombre busca sus propias satisfacciones sin ningún tipo de organización. Simplemente todos terminaríamos matándonos unos a otros y nadie avanzaría mucho. Por eso ante esta necesidad, el hombre se vio obligado a crear reglas de juego fundamentales y un árbitro que las haga cumplir, las leyes y el estado (poder judicial), respectivamente.
Ya Hobbes, en siglo XVII, plantea la carestía de institucionalizar la sociedad civil como respuesta a la necesidad mencionada anteriormente.

Pero, en caso no haya quedado claro, ¿Qué son y para qué sirven las instituciones?

Las instituciones son, ante todo, las normativas sobre las cuales una sociedad se rige. Que si bien es cierto establecen algunas limitaciones, abren otro tipo de capacidades y, lo más importante, crean seguridad.
Cuando dos hombres entran en contacto, cada una percibe de inmediato a la otra como una contingencia o un riesgo, esto se debe a que nadie puede prever el comportamiento del otro. Sólo se puede esperar lo inesperado de otra persona. Es por esta razón que son necesarias las reglas de juego, que aseguren que la otra persona no cometerá algo indebido, sino que mas bien su comportamiento impredecible quede reducido a un comportamiento, que si bien no se vuelve predecible, resulta inofensivo. Así se creará un sistema.

Las instituciones reducen la libertad de acción y de esa manera permiten manejar esa incertidumbre, dando lugar a que la libertad pueda darse de una manera más eficiente y plena.

sábado, 3 de octubre de 2009

Otro escritor mediocre.

Qué mediocridad la mía. De las peores, lo aseguro. Admiro a un escritor igualmente, o quizá más, mediocre que yo y que, además, es un cobarde consumado. Así pues, ¿qué puede esperarse de este pobre poeta? remedo de escritor que ni siquiera sale en televisión – y si consigue hacerlo sería por golpe de suerte puesto que, como va quedando claro, soy un sujeto apocado de ínfimas aspiraciones y poseedor de una suerte inmunda, con estoy último quiero que vaya quedando claro mi cochino pesimismo – ni encuentra un sustento al cual repudiar y del cual pudiera sentirse asqueado por poseerlo, o ser poseído por él, pero que seguramente ayudaría a aliviar las obligaciones económicas que no tienden a disminuir sino a multiplicarse conforme intenta hacer de su vida lo más independiente posible.

Pero, al mismo tiempo, el triste escritor no concibe la idea de vivir una vida menesterosa, no porque sea un avaro o un miserable al que le gusta sentirse más que otros, sino porque carece del valor necesario – y es mucho el que se necesita, casi fuera de los límites del alcance humano – para enfrentar a las personas que quiere, que no son más que dos o tres, siempre que deba negarles alguna complacencia costosa. Su chica le dice que no le importa que él no hiciese nada en un futuro y se dedique a escribir solamente, y ella habla en serio y con la verdad puesto que tiene dinero y no concibe la idea de obligaciones económicas extenuantes, pero él sabe que eso no será así siempre a pesar que se lo diga la persona que más quiere y a pesar que él le crea. Sueña con el día en que el meretricio intelectual, ese que siempre practica y que incontables veces le ha dado frutos y le ha abierto puertas – y piernas – sea suficiente para sostenerse si bien no en la cima, en un peldaño económico que le permita viajar mucho con su chica – porque él ama viajar y ama a su chica – y ¿qué mejor manera que la televisión?
Como se aprecia, este apandillado e indigno de muchas complacencias, escritor es un egoísta malévolo y, aprovechado como es, no le importa robarle su dinero a quien fuere que lo contratase en televisión para no hacer nada importante y dedicarse a seducir incautos y cándidos sujetos que permanecen como cocodrilos en sus estanques a la espera de carne fresca, de chabacanería y picardía inteligente que satisfaga su voraz apetito mórbido. Pero ve esa posibilidad lejana y le molesta tratar de alcanzarlo, por razones ya expuestas anteriormente.

El pobretón iluso es una mala persona (aunque esto es siempre debatible) pero aún así teme más que a otra cosa decepcionar a los pocos que han logrado ganarse su cariño, o que él ha logrado ganarse el suyo, entre ellos su hermano, que probablemente llegará a ser una persona intachable, reconocido y exitoso, sin necesidad de ser como aquellos avinagrados señores que andan echando polvo a los pobres conductores que a duras penas llegamos a nuestros destinos con autos que parecen esperpentos maldecidos por los dioses de la velocidad. O su chica, que sin lugar a dudas sería una empresaria exigente, de trato casi dictatorial, hábil con las personas y dueña de una mina, de propiedades por todo Lima y una distribuidora que pone en sus bolsillos cifras estrafalarias, y no todo por mérito propio.
Pero la más temida de las desilusiones sería la de sus padres, su “mami” sobretodo – pues su papi se siente exento de todo de culpa y esto es también debatible –, que es quizá la culpable de que un niño modosito, atento, caballero, maduro para su edad se haya convertido en un ser despreciable y desconcertante, apocado y penoso, irreverente, mediocre y un vago del carajo.
Y quizá la mayor responsabilidad suya radica en que siendo, desde muy joven, encantada por la cofradía de los elocuentes bibliotecarios y dueños de casas de la cultura no haya sabido controlar a este poeta loco que vivió siempre alejado de sus padres por su abrumador cariño, que no haya sabido convertir a su crío en una persona varonil, esforzado y apto para estudiar abogacía y que en vez de eso se haya bautizado en el oficio del periodismo bajo de letrinas, un oficio tan poco masculino – como diría marcialmente Escrivá de Balaguer, patrono de la escuela que dejé hace ya dos años –
El escritor mediocre sabe que su vida ha sido mediocre, que la obra que deja es mediocre y no sabe si tratar de cambiar eso porque quiera o no y sea o no del agrado de quien fuere vive tranquilo y bien. Y sabiendo esto – que es un mediocre del culo – sabe también que sin lugar a dudas es un escritor, o por lo menos está en su futuro ser un escritor, o es un escritor mediocre y obstinado, que a falta de verdadero talento, se refugia en el dudoso mérito de la terquedad.