viernes, 26 de febrero de 2010

Odios odiosos

Odio a las personas que dicen: “pareces gay”. Como si un gay no fuese una persona normal. Como si tuviera tres ojos, cuatro narices, dos penes y una vagina a medias. Odio que se rían como hiena en celo cuando lo dicen.

Odio a los que gritan en todo momento. Odio a los cobradores. Odio a las personas que creen que hablar fuerte es tener la razón y casi nunca la tienen.

Odio el verano porque hace un calor insoportable, que hace sudar, que te hace oler mal así estés usando AXE seco en spray. Odio que la gente no lo entienda y alce los brazos en las coaster cuando están paradas a tu lado. Odio que la gente no lo entienda y no abra sus ventanas así exista un decreto que regule eso y dos señoras pudriéndose en el asiento reservado.

Odio la playa porque hay arena y la arena está sucia, porque hay mar y el mar está sucio, porque hay gente por todos lados y está sucia. Odio la playa porque parece la sección carnes de Vivanda o Wong.

Odio a las mujeres que por la mañana son talla diez y creen que por las noches, como por arte de magia, entran en un talla ocho y parecen humitas mal envueltas.

Odio a los “causas” de las esquinas que creen que por sus miradas libidinosas, sus procacidades calenturosas y su correa Dolce&Gamarra tu chica va a dejar de abrazarte y va a correr a sus brazos como poseída por Lucifer. Odio que los muñecos, papacitos de la rica Vicky o algún paraje lejano les silben a las niñas uniformadas y las inviten a sus mototaxis.

Odio las políticas represivas porque no sirven. Odio la gente que las defiende y vive de ellas a pesar que saben que no sirven para nada.

Odio cuando me sermonean y utilizan la edad para amedrentarme. Yo no soy más viejo por las puras, yo sé. Odio que me sermoneen asumiendo que soy idiota. Sólo estás un poco confundido, todos los jóvenes son así. Odio cuando me sermonean mostrándome una billetera. Tienes que sacarte la mierda si quieres tener esto, si quieres vivir bien.

Odio que las personas a las que les pagas por hacer un servicio entiendan que pueden hacerlo como les venga en gana y a la hora que les venga en gana. Odio que cuando los despido amenacen con matarme y me digan que soy un huevón. Odio que las personas a las que les pagas crean que porque los invitas a almorzar un día pueden llegar todos los días a las dos de la tarde y sentarse en la mesa a esperarte comiendo y decirte: “servido”.

Odio que los taxistas se detengan frente a ti cuando quieres cruzar la calle y te estorben asumiendo que los necesitas. Odio que me mienten a la madre cuando les pido que avancen. Odio que cuando realmente los necesitas no paren o no te lleven porque no está en su ruta, como si todos tuviéramos que ir por donde ellos quieren. Odio que me pregunten cuánto pago hasta mi destino y luego le sumen dos soles más como entendiendo que soy tarado y quiero pagar de más. Odio que los taxistas me digan que tengo que votar por Keiko.

Odio que la gente escupa en la calle. Me gustaría verlos resbalarse y caer de cara contra la saliva enflemada de otra persona. Odio esquivar los escupitajos de los cobradores cuando manejo detrás de una combi. Odio a los que hacen ruidos antes de escupir justo a tu costado y se emocionan al ver lo lejos que se alejó de su asquerosa boca. Me gusta creer que les encantaría estar encerrados con llamas flemáticas por un día a ver si les ganan.

Odio a la gente que habla cuando no tiene que hablar. Odio la gente que habla en el cine y cuenta que es la tercera vez que ha visto la película y que el final es un asco porque casi todos mueren. Odio la gente que habla con la boca llena porque te tiran arroces a la cara y se ofenden si no los miras de frente. Odio la gente que habla por teléfono en el baño porque asumen que a la otra persona le encantará oír sus soplidos anales. Odio la gente que habla en un examen pero que no se copia sino que va contando sus puntos en voz alta hasta que llega al veinte. Odio a los que hablan por Nextel porque el “bip bip” me vuelve realmente loco. Odio a los que hablan por Nextel porque asumen que todos quieren oír lo que está hablando y fanfarronean de sus aventuras pegajosas de sábado.

Odio a los mirones que cuando me ven escribiendo en una computadora se acercan sobre mi hombro a leer y se ríen en voz alta. Odio a los mirones que cuando resbalas no dejan de mirarte como si con sus miradas me fuera a sentir aliviado. Odio a los que se paran afuera del baño de mujeres de la universidad y miran disimuladamente por la luna que está al costado y refleja todo. Odio a los que miran con mala leche cuando estás leyendo un libro en la biblioteca porque ocupas una sala donde pueden rajar libremente y con aire acondicionado. Odio a los que son tan brutos que rajan de mí en la sala de al lado y creen que no voy a escuchar. Odio a los sujetos que estando parados en el servicio de transporte miran descaradamente los escotes y las blusas translúcidas de las secretarias de San Isidro. Odio a los que miran en el baño cuando uno usa el urinario y al salir llaman a sus amigos diciéndoles gays, mariquitas, cabros.

Odio a los profesores del Opus que dicen que enseñarle teología a una mujer es tan estúpido como enseñarle física cuántica a una mesa. Los odio por misóginos y los odio porque enseñarme teología a mí es como enseñarle a una mesa y no soy mujer.

Odio a los que piensan que por el simple hecho de tener una banda ya tocan bien y todos quieren oírlos. Odio que toquen en los techos mientras yo intento dormir a unas casas de ahí.

Odio la peruanada clásica de algunas personas que creen que ponerle a sus hijos nombres en inglés (que casi siempre son apellidos) los hace más distinguidos aunque parezcan Viracocha. Odio la peruanada clásica de mezclar el inglés en el español aunque no sea necesario. Odio la peruanada clásica de cholear a todo el mundo porque son más oscuros y luego sentirse profundamente agraviado cuando alguien de tez más clara los cholea. Odio la peruanada clásica de cholear. Odio la peruanada idiota de decir que están orgullosos de ser peruanos y esperar que cuando salgan del país los confundan con chilenos o argentinos. Odio la peruanada idiota de decir que amas al Perú, pero que las provincias son cholas.

Odio a priori a cualquier mortal que no se bañe, mucho más si es gordo y suda cada vez que respira. Odio que se molesten porque no me acerco.

Odio sin escrúpulos a las personas que suben a los micros para vender algo y te muestran cortes, tajos, deformidades, segundas cabezas o te dicen que eran asesinos pero ahora están en gracia de Jesucristo, pero si por alguna razón los ignoras pueden recordar tu cara y alcanzarte antes de que llegues a tu destino.

Odio que me digan causa, cumpa, chibolo, varón, papi, barrio, batería, amix, amixer o amiwi. Odio más si luego dicen: esto es un asalto, ya perdiste.

Odio la barra de la U. Odio la barra de Alianza. Odio el fútbol y odio que las barras también lo odien y maten en su nombre.

Odio que pinten las paredes con cosas como: Carlincho te ama tu hembrita. María de Jesús te amo por siempre cosita rica. Gracias por todo, Chapoñancito. Te ama la chili.

Odio que me llamen Marcos. Odio que me pregunten si soy familiar de Solano.

Odio el límite de faltas de la universidad. Odio que cuando pasan lista todos se acerquen al profesor para decirle que están presentes como si no vieran en la pantalla gigante sus nombres y su asistencia. Odio a los profesores que pasan lista en el break. Odio a los profesores que dicen a cuántas personas han jalado el ciclo pasado.

Odio a los gaznápiros que cuando hacen una broma se ríen y aplauden solos. Odio los que golpean cosas cuando se ríen.

Odio a las muchachos que no se dan cuenta que son más feos que una patada en el culo, pero que se ríen si te sale un grano. Odio a las muchachas que son muy bonitas pero dicen siempre que son feas y terminan revolcándose con muchachos de una fealdad solamente comparada con la del hambre.

Odio usar poca ropa o vestir de verano. Odio usar sandalias en la calle. Odio que la gente que las usa no use desodorante para pies.

Odio el reggaetón, el perreo, el sandungueo, a Chacalón Júnior, las baladas románticas que se cantan con voz llorosa, de pusilánime cabrón, las canciones de charro, la música vernácula (porque no le encuentro ni el más mínimo sentido). Mi marido la escobita con todas barría, con la chata verdulera, con la negra tamalera. Odio que se incumplan las reglas lingüísticas en las canciones.

Odio las noches calurosas porque tengo que dormir desnudo y la sábana me hace cosquillas.
Odio los condones porque matan el entusiasmo del momento y me da asco sacármelos. Odio que el anillo vibrador no dure más de veinte minutos. Odio que las octogenarias me miren mal cuando compro un kit sexual en la farmacia.

Odio a las mujeres fáciles y a los hombres mañosos, depravados. Odio a los depravados porque siempre hay que desconfiar si llevan una mano en el bolsillo. Odio a las mujeres fáciles porque después interpretan el papel de Talía frente a sus amigos. A quién le importa lo que yo haya, a quien le importa lo que yo diga. No soy puta, no lo soy. Las putas cobran pues.

Odio estar deprimido. Odio llorar. Odio que no siempre pueda llorar. Odio que siempre que quiero llorar sea en público o en alguna reunión. Odio las reuniones porque pierdo tiempo y dinero y casi no gano nada. Odio ser tan tacaño.

Odio a los intolerantes. Odio ser intolerante. Me odio. Te odio a ti.

viernes, 19 de febrero de 2010

La sequía creada por el dolor

Hace tiempo que no puedo escribir, intento terminar una novela (si es que se puede llamar así a tremenda fantasía afiebrada y biliosa) que comencé hace dos años, cuando aún no tenía claro si es que quería ser escritor.

Ahora estoy seguro de muchas cosas más que en ese entonces. Ahora estoy convencido que quiero ser escritor, estoy convencido que no soy bueno y que habría que leerme con cierto cariño fraternito para terminar el amasijo de palabras con final esquivo que tengo guardado en el USB, estoy convencido también que me aferro a un sueño valiente, heroico, admirable, pero innecesario.

No estoy convencido, sin embargo, de querer llevar una vida menesterosa y privada de las hartas complacencias costosas con las que sueño constantemente. No estoy convencido de que podría vivir como un escritor. Ni siquiera estoy convencido de que viviré para ver alguna novela mía publicada, tengo el presentimiento que todas estarán guardadas en los archivos de alguna computadora.

Hace tiempo que empleo mi tiempo en la perjura afición que es la de escribir acerca de mí mismo a falta de un tema más interesante, porque mi ego es enorme y me convence que lo más importante para mí es mi vida. Si a alguien no le gustase y le pareciera irrelevante (lo sano sería que a todos) pues que no lo lea.

Ahora que casi no hay yo no puede haber forzosamente nada que escribir. Y digo que no hay yo porque hace dos semanas la endeble alcatifa que sostenía el abrumador peso de mis aspiraciones utópicas se ha roto, se ha vencido para convertirse en mil pedacitos ridículos regados en la nada. Como las piezas lamentables e inservibles que se desprenden de un auto que ha impactado contra un camión de carga a ciento ochenta kilómetros por hora.

Algo extraño acompañó, para mi sorpresa, a este triste acontecimiento. Un sentimiento que me invadía por dentro, como una orquesta de cascos en mi derrotado cuerpo, una rabia desconocida y un resentimiento perturbador que desapareció velozmente la tristeza de una derrota. La tristeza de la derrota en la batalla por la aprobación de una de las seis personas que más amo (o que amo, a secas). Una tristeza profunda, embargadora y además sorpresiva. Todo ha sido sorpresivo.

Uno espera que las personas que más ama deban de ser las que te alienten incansablemente para perseguir tu felicidad, uno espera que las personas que más ama amen lo que mismo que tú. Pero casi nunca pasa eso.

Lo doloroso del asunto es que yo esperaba que esta persona en especial me aliente incasablemente. Espero que las seis personas me alienten incasablemente…

Me dijo que no creía que yo pudiera ser un escritor. Me dejó entender que no confiaba en mí, en mi capacidad para crear realidades, que era una tontería que quisiera ser un escritor. Que yo era un tonto del culo, un irresponsable, vago, un iluso sin aspiraciones, que era un desperdicio de dinero. Me dijo también que me quería.

Lo que realmente importa entre dos personas que se quieren, en una amistad (porque la amistad es el único lazo que está presente en todo tipo de relación) es dejarse ser libres. Apoyarse así se estén yendo a la mierda, si es que uno quiere irse a la mierda, llevarlo con cariño. Si luego se da cuenta que ya no quiere estar entre mierda ayudarlo a salir. Aconsejarlo, pero no obligarlo a portarse como tú lo harías. Prohibido prohibir.
Siendo así, ¿Por qué herirme negándome ser libre y que él me acompañe siendo libre? ¿Por qué prohibirnos ser libres juntos? ¿Por qué salir de mi bote así como así? Pues no lo sé. Pero sé que me quiere. No sé porqué lo sé, pero lo sé.

Desde que era niño los amigos que he tenido (que nunca han sido tantos ni muy buenos) se han ido alejando por diferentes razones.

Estoy acostumbrado a la falta de apoyo de parte de la gente que no me quiere, estoy acostumbrado a que me dejen de querer por tonto, por apóstata, por libertino, por mentiroso, por bravucón, por lo que sea. No estoy acostumbrado a que me quieran y no me apoyen, no estoy acostumbrado a que me quieran pero en el fondo no me quieran. Porque quien desestima una creación que refleja a su autor tal cual es, lo desestima a él. Lo ridiculiza como ridiculizó su obra. Ciertamente no lo quiere, pero lo quiere. Dice que lo quiere y se porta como si lo quisiera. Pero no lo quiere.

No entiendo cómo estoy ahora. Me duele la falta de confianza de mi amigo querido, del que ha sido mi amigo por diecinueve años, del que fue mi primer (o segundo) amigo, aún cuando yo no pudiera recordarlo. Me duele porque yo lo he apoyado y lo he querido más de lo que nadie lo podría haber querido. Me duele más porque yo con él estaría dispuesto a irme al mismísimo infierno si el lo quisiera así. De todas formas conozco bien el lugar, no pierdo nada.

Al mismo tiempo siento un arrojo de gallo en la arena, un arrojo de Carmelo, un valor hidalgo, de torero y de toro en rodeo. Siento que por todas las personas que yo no quiero ni he querido y que no quieren que sea escritor y por la persona que quiero y siempre he querido pero que tampoco quiere que sea escritor porque no me quiere, debería esforzarme para alcanzarlo, debería probarles que puedo hacerlo, debería comenzar a escribir bien, tranquilo y no atormentado por pensamientos negativos que embarran y llenan de mugre mis palabras.

Quiero ser escritor. Quiero superar este dolor acallado por mi tenacidad. Quiero escribir lo que me sale de los cojones sin rendirle cuentas a nadie. Quiero demostrarles quién puede volar más alto.