jueves, 15 de abril de 2010

El goce en los tiempos de odio

Hace tiempo que no escribo. Yo escribo lo que me sale de los cojones y hace tiempo que no me sale nada, por eso no escribo. Hoy día, sin embargo, luego de forzar un poco la situación, de coger el toro por las astas, de provocar una abrupta (e infrecuente, dadas las circunstancias) precipitación, he decidido escribir algo para celebrar este feliz acontecimiento que interrumpe mi mala racha, mi sequía literaria.

Realmente nunca tengo razones imperativas, ineludibles, para escribir; así que, si encuentro alguna, cualquiera que fuese, escribo.

Desde que estoy en Chiclayo no he escrito nada porque no he hecho nada más que mirar el Animal Planet y comer galletas de soda desde que me levanto hasta la tarde (que ya es entrada la noche) que salgo a caminar y a fumarme un cigarrillo. Intenté con algunos poemas afiebrados, concebidos en sueños de cama, en fantasías mojadas, pero no terminé ninguno porque cuando los leía sentía que estaba componiendo una canción de reggaetón.

Así pues, derrotado por mi torpeza creativa y amedrentado por no poder ejercer mi virilidad literaria, por no poder entrelazarme en un encontrón sexual con las palabras y víctima de la impotencia que me aqueja hace varias semanas y me mantiene alejado de mi vicio más placentero, el de escribir, decidí forzar un poco las cosas, forzar a mis cojones, obligarlos a actuar para que me liberen y por fin perpetrar el acto. Porque escribir es para mí el “acto”. Un acto placentero en el que puedo desinhibirme y desfogarme siempre que lo necesite, un acto que no discrimina malas maneras, que no conoce malas prácticas, todo está permitido, todo será bien recibido.

Es por eso por lo que escribo, porque puedo ser yo mismo, porque no importa cómo lo haga siempre me sentiré bien haciéndolo, cosa que no siempre pasa en la cama, claro. Porque, como no hay otra persona, es más que un acto compartido, una masturbación gratificante, egoísta; a veces intelectual, a veces (como ahora y como casi siempre) de puras ganas. Porque nadie necesita una razón trascendente para masturbarse, más que las ganas.

En todo caso, escribo porque estoy solo, y así como cuando me masturbo, estoy escondido y a oscuras la mayoría de las veces. Escribo porque no tengo perro que me ladre.

Escribo porque me gusta escribir, porque me gustan las letras en la pantalla del computador y el color blanco manchándose con pequeños caracteres negros, que parecen danzar conforme mis dedos resbalan lujuriosamente por el teclado.

Escribo sin esperar que me lean, aunque a veces me imagino a algunas personas leyéndome, como me imagino a algunas personas viéndome cuando me toco solo bajo las sábanas de mi cama, iluminado por las luces anaranjadas de la calle que se filtran entre las persianas mal cerradas.

Escribo porque soy un cabrón y para no dejar de serlo lo publico, escribo porque tengo mucha bronca y mucha pena, aunque no tengo hambre, escribo porque siempre quiero comer. Escribo porque para escribir no necesito amigos y los míos se van perdiendo cada vez más rápido y por menos razones.

Escribo porque tengo la esperanza que, como ya he decepcionado a todos, encuentre nuevas personas a las que les agrade y se sientan orgullosas de mí. Escribo porque no quiero conocer a esas personas, porque no quiero hablarles.

Escribo porque es más sano que la coca y se puede hacer sin necesidad de dejar la marihuana. Escribo porque así no fumo. Escribo porque puedo escribir fumado.

Escribo porque no tengo cura ni psicólogo que me digan que estoy enfermo. Escribo porque así olvido que estoy enfermo.

Me gusta escribir en los hospitales, aunque me deprime siempre encuentro algo más penoso y doloroso que lo que yo padezco y, disculpen la franqueza, me siento reconfortado y revitalizado. Escribo en hospitales para recordar que soy una mierda, una mala persona, escribo para no olvidarme jamás que soy un ser humano. Un ser humano imperfecto y que no me avergüenza eso.

Escribo porque así me conozco cada vez más, porque no escribo yo, porque escriben mis demonios, mis santos. No escribo yo, escriben mis tripas, mis vísceras, mis venas, mi corazón o mi mente.

Escribo con la esperanza de algún día contar mi vida tal cual no fue, pero tal cual la recuerdo o creo recordar que fue. Escribo para recordar que todo lo que he vivido es una mentira. Escribo para recordar que no me arrepiento de lo que he vivido, para recordar que nada es mentira.

Escribo con la esperanza que otra vez se publique en algún periódico, diario, boletín. Escribo con la esperanza que se publiquen mis demonios, mis broncas, en los lugares más recónditos del país, del habla hispana, donde alguien, de preferencia una mujer bella o un niño pequeño, me lean y les guste lo que leen (esto es un poco difícil como comprenderán, pero soñar no cuesta nada), que se diviertan como yo me divierto escribiéndolo, que me lean siempre como yo leo a mi amigo mentor cuando él me lo pide mediante un correo desde otro país, mientras sigue su vida de estrella; que me lean y cuando ya no publique, cuando me olvide o me despidan por ser tan franco, me extrañe sin conocerme, me busque, se enamore, trate de encontrarme y no me encuentre. Escribo para que algún día un ser hermoso me extrañe y yo jamás me entere.

Escribo porque odio a la gente que escribe mejor que yo y solo escribiendo refugiado en el dudoso mérito de la terquedad he de poder hacerles frente. Escribo porque quiero ser el mejor en lo que hago, sin prosopopeyas, sin palabras rebuscadas, solamente con verdadero talento. Escribo porque siempre me he creído inteligente.

Escribo porque tengo el don de decir la verdad como quiero. Escribo porque soy inmodesto, pero bastante humilde.

Escribo porque tengo vicios y me gusta compartirlos. Porque uno de mis vicios son las mujeres y mis escritos son mi bastión de fidelidad.

No escribo para gustar, no escribo para pelear, no escribo porque tenga algo que defender. Escribo porque no tengo causa, porque no tengo bandera, porque no creo en nada ni en nadie.

Escribo porque no amo al Perú, pero quiero que el Perú me ame. No escribo por amor, ni por reconocimiento, escribo por altivismo y soberbia, también por altruismo.

Escribo porque me amo y quiero destruirme, escribo para celebrarme. Escribo porque me odian y sé que me odian y desde acá les puedo gritar que no me importa, que la pueden seguir mamando. Escribo porque nunca grito y acá no acallo. Porque me siento Batman, Superman, La mujer maravilla, y siento que puedo, y que es mi deber, querellar a todos los crápulas, malhechores, insolentes y bandidos.

Escribo para demostrarles que puedo ser escritor a las personas que me quieren y quieren que sea escritor (que cada vez son menos) a las que no me quieren y no quieren que sea escritor y a las que me quieren, pero no me quieren, y quieren que sea escritor.

Escribo para demostrarles quién puede volar más alto.

En fin, escribo porque quiero ser escritor.