miércoles, 23 de diciembre de 2009

Alicia

Alicia viste como varón porque ella cree que muy en el fondo de su ser (jamás me especificó qué tanto) habita un imberbe jovenzuelo apasionado, ígneo. No sale con chicos porque no la atraen, envidia su fisionomía, su camaradería, pero no se ilusiona con ellos, le resta importancia a los muchos que han intentado coquetearle torpemente o invitarle a comer algo al Real Plaza y le han pagado todo creyendo que por eso ella les debe el placer de una noche; ni un besito siquiera, dice.

Alicia vive en Chiclayo, es mi amiga (o mi amigo) y dice que encuentra en mí a su lado femenino, eso es extraño y en cierto modo perturbador, pero creo que la entiendo. Yo encuentro en mucha gente mi lado masculino, o más bien ellos lo encuentran cuando se meten conmigo.

Su papá es policía y es colombiano, pero no es un policía colombiano. Ella nació en Medellín, bella ciudad, pero la forzaron a venir al Perú cuando tenía 12 años, en 1993; su papá, y esto es algo confidencial, el señor Godofredo, perteneció a un grupo paramilitar llamado, o más bien apodado: los Pepes, en la época de la guerrilla contra Escobar en Colombia; cuando la cosa se puso fea y parecía que se iba a armar un culebrón bastante grande, se envalentonó y tomó una sabia decisión: huir. Cuando los matones de Escobar se enteraron que se iría le tomaron un pequeño recuerdo: una oreja y dos dedos (que luego reinsertó).

Alicia, al igual que muchos criminales y algunos inocentes que parecen criminales, ha sufrido el alcoholismo de Don Godofredo por años, lo ha atendido desde que su madre, Doña Catalina, murió acribillada mientras disparaba contra un miembro de la EPL colombiana, enrabietada por la muerte de los hermanos Moncada; fue de ella, de su madre, de quien heredó ese gen masculino, violento y querellador. Sospecho que fue de ella también de quien heredó el gusto por el sexo y por reproducirse sin cesar y sin descanso, aunque irónicamente ella sólo intenta fallidamente reproducirse homosexualmente.

Al contrario de lo que se esperaría, Alicia es una chica atractiva, lo que no significa que rigurosamente sea un chico atractivo; tiene ojos verdes, pequeños, como pellizcos, pero que contrastan perfectamente con su piel canela, tostada inclementemente por el sol norteño, y que alumbran como destellos su rostro pequeño y delicado, usa el cabello corto por razones evidentes y aunque trata tediosamente de disimular su sonrisa y volverla masculina, es imposible no notar lo bella que es.

Utiliza los blue jeans gastados de la moda de antaño, jamás pantalones pitillos puesto que, como ella dice, busca parecer masculina, no maricona. Polos sin estampado, casi siempre morados o negros y sandalias. Jamás usa maquillaje, no quiere parecer emo ni mucho menos, no porque tenga algo contra ellos, sino porque sencillamente le resultaría desagradable; para ellos está bien, para mí no, bromea bonita y forzadamente masculina (si es que se puede ser ambas cosas a la vez, yo creo que sí; en toda persona existe belleza independientemente de su género).

Alicia es brillante y deslumbrante, es escritora y pintora, estudió literatura en Santiago (dios sabe porqué) y ahora vive lejos de las rabietas de Don Godofredo y de las quejas de los vecinos heridos en media noche por la ira y la paranoia de su papá, que gritaba incompleto: “Muere Pablo, hijo de mil putas”. Ahora vive con una linda niña que adoptó porque quería concretar su deseo de ser padre y, por primera vez, darle amor y atención a alguien, para enseñarle que cada uno es lo que pueda crear, conocer y dominar, sin importar qué seas o quién seas o si estás en un cuerpo equivocado o en un mundo errado y ajeno.

Alicia pinta las paredes de mi cuarto cuando se lo pido y la pequeña Clit la ayuda incansablemente con su ropita de constructor amarilla y una gorrita gris que sólo permite apreciar su belleza, sin que pueda notarse claramente su sexo.

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