viernes, 19 de febrero de 2010

La sequía creada por el dolor

Hace tiempo que no puedo escribir, intento terminar una novela (si es que se puede llamar así a tremenda fantasía afiebrada y biliosa) que comencé hace dos años, cuando aún no tenía claro si es que quería ser escritor.

Ahora estoy seguro de muchas cosas más que en ese entonces. Ahora estoy convencido que quiero ser escritor, estoy convencido que no soy bueno y que habría que leerme con cierto cariño fraternito para terminar el amasijo de palabras con final esquivo que tengo guardado en el USB, estoy convencido también que me aferro a un sueño valiente, heroico, admirable, pero innecesario.

No estoy convencido, sin embargo, de querer llevar una vida menesterosa y privada de las hartas complacencias costosas con las que sueño constantemente. No estoy convencido de que podría vivir como un escritor. Ni siquiera estoy convencido de que viviré para ver alguna novela mía publicada, tengo el presentimiento que todas estarán guardadas en los archivos de alguna computadora.

Hace tiempo que empleo mi tiempo en la perjura afición que es la de escribir acerca de mí mismo a falta de un tema más interesante, porque mi ego es enorme y me convence que lo más importante para mí es mi vida. Si a alguien no le gustase y le pareciera irrelevante (lo sano sería que a todos) pues que no lo lea.

Ahora que casi no hay yo no puede haber forzosamente nada que escribir. Y digo que no hay yo porque hace dos semanas la endeble alcatifa que sostenía el abrumador peso de mis aspiraciones utópicas se ha roto, se ha vencido para convertirse en mil pedacitos ridículos regados en la nada. Como las piezas lamentables e inservibles que se desprenden de un auto que ha impactado contra un camión de carga a ciento ochenta kilómetros por hora.

Algo extraño acompañó, para mi sorpresa, a este triste acontecimiento. Un sentimiento que me invadía por dentro, como una orquesta de cascos en mi derrotado cuerpo, una rabia desconocida y un resentimiento perturbador que desapareció velozmente la tristeza de una derrota. La tristeza de la derrota en la batalla por la aprobación de una de las seis personas que más amo (o que amo, a secas). Una tristeza profunda, embargadora y además sorpresiva. Todo ha sido sorpresivo.

Uno espera que las personas que más ama deban de ser las que te alienten incansablemente para perseguir tu felicidad, uno espera que las personas que más ama amen lo que mismo que tú. Pero casi nunca pasa eso.

Lo doloroso del asunto es que yo esperaba que esta persona en especial me aliente incasablemente. Espero que las seis personas me alienten incasablemente…

Me dijo que no creía que yo pudiera ser un escritor. Me dejó entender que no confiaba en mí, en mi capacidad para crear realidades, que era una tontería que quisiera ser un escritor. Que yo era un tonto del culo, un irresponsable, vago, un iluso sin aspiraciones, que era un desperdicio de dinero. Me dijo también que me quería.

Lo que realmente importa entre dos personas que se quieren, en una amistad (porque la amistad es el único lazo que está presente en todo tipo de relación) es dejarse ser libres. Apoyarse así se estén yendo a la mierda, si es que uno quiere irse a la mierda, llevarlo con cariño. Si luego se da cuenta que ya no quiere estar entre mierda ayudarlo a salir. Aconsejarlo, pero no obligarlo a portarse como tú lo harías. Prohibido prohibir.
Siendo así, ¿Por qué herirme negándome ser libre y que él me acompañe siendo libre? ¿Por qué prohibirnos ser libres juntos? ¿Por qué salir de mi bote así como así? Pues no lo sé. Pero sé que me quiere. No sé porqué lo sé, pero lo sé.

Desde que era niño los amigos que he tenido (que nunca han sido tantos ni muy buenos) se han ido alejando por diferentes razones.

Estoy acostumbrado a la falta de apoyo de parte de la gente que no me quiere, estoy acostumbrado a que me dejen de querer por tonto, por apóstata, por libertino, por mentiroso, por bravucón, por lo que sea. No estoy acostumbrado a que me quieran y no me apoyen, no estoy acostumbrado a que me quieran pero en el fondo no me quieran. Porque quien desestima una creación que refleja a su autor tal cual es, lo desestima a él. Lo ridiculiza como ridiculizó su obra. Ciertamente no lo quiere, pero lo quiere. Dice que lo quiere y se porta como si lo quisiera. Pero no lo quiere.

No entiendo cómo estoy ahora. Me duele la falta de confianza de mi amigo querido, del que ha sido mi amigo por diecinueve años, del que fue mi primer (o segundo) amigo, aún cuando yo no pudiera recordarlo. Me duele porque yo lo he apoyado y lo he querido más de lo que nadie lo podría haber querido. Me duele más porque yo con él estaría dispuesto a irme al mismísimo infierno si el lo quisiera así. De todas formas conozco bien el lugar, no pierdo nada.

Al mismo tiempo siento un arrojo de gallo en la arena, un arrojo de Carmelo, un valor hidalgo, de torero y de toro en rodeo. Siento que por todas las personas que yo no quiero ni he querido y que no quieren que sea escritor y por la persona que quiero y siempre he querido pero que tampoco quiere que sea escritor porque no me quiere, debería esforzarme para alcanzarlo, debería probarles que puedo hacerlo, debería comenzar a escribir bien, tranquilo y no atormentado por pensamientos negativos que embarran y llenan de mugre mis palabras.

Quiero ser escritor. Quiero superar este dolor acallado por mi tenacidad. Quiero escribir lo que me sale de los cojones sin rendirle cuentas a nadie. Quiero demostrarles quién puede volar más alto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario