miércoles, 20 de enero de 2010

Tráfago de corazones

En Madrid conocí a Andreu Laguna, un amante de la pintura y la heroína, tenía una novia ecuatoriana a la que decía querer mucho y con la que peleaba bastante seguido sin importar donde se encontrasen ni quien estuviera presente. Llegué a acostumbrarme y aprendí a disfrutarlo luego de un tiempo, indudablemente era más entretenido que hablar por horas de pintura, colores, diseños romanos, románticos o lo que fuere.

Lo cierto es que la ruptura no duraba mucho tiempo, pues a la hora y luego de muchas pitadas frenéticas a las narguilas del bar Colombo, recibía una llamada conciliadora que le ordenaba ir de inmediato a casa de ella para celebrar que ahora se amaban más que antes de la pelea, más que ayer, más que nunca. Era como una canción de Rafael, escalofriantemente perturbador.

Siempre me invadió la curiosidad acerca de lo que significaba realmente pelear con una persona para descubrir (o entender) que la quieres incluso más de lo que la querías antes de la pelea, por eso un día le pregunté tímidamente y le pedí que me explicara. En ese entonces yo estaba solo, siempre andaba solo y no tenía ni un poco de ganas de hacer que eso cambiara.

Me sorprendió con lo que me dijo: “Mira, tienes que entender que las parejas que más pelean son las que más se quieren. Se quieren porque no temen mostrarse como son. Se celan, se importan”. Me sorprendió más no entenderle ni un carajo de lo que me dijo.

El amor es como una droga: adictivo y altamente alucinógeno, te hace ver cosas que no pasan realmente y presagiar sucesos que no tienen el más mínimo asidero lógico, lo que naturalmente lo convierte en un sentimiento peligroso y traidor.

Yo siempre había creído que las parejas que más peleaban estaban destinadas al fracaso y al dolor incondicional por falta de cariño, sin restricción ni requisito más que la desilusión y la tortuosa soledad. Ahora resulta que no es así, ahora resulta que por exceso de amor y no por falta de él las parejas se separan, se pelean, se entremezclan en guerrillas despiadadas e inhumanas… tiene sentido, al menos para mí. Cuando uno está muy enamorado las peleas llegan desprovistas de malas intenciones, vienen cargadas de miedo de perder a la otra persona. Ahora lo entiendo.

Los dos últimos años de mi vida (y también los más felices) los he compartido incondicionalmente y en su totalidad con Grace, mi chica, y ella me ha enseñado con mucha paciencia y notable habilidad quién soy yo en realidad. Me ha mostrado mi lado más arrogante, ególatra, despreocupado y torvo, arriesgándose muchas veces a ser el blanco de mi lengua viperina; dudo mucho que exista mayor prueba de amor que el sacrificio consciente.

Admito que cuando discutimos soy yo el que regresa con el son deprecante en busca de remiendo porque ella es bastante terca y definitivamente más fuerte e inteligente que yo, a pesar de tu tamaño y su apariencia, que poco dicen de cómo es realmente.

Soy bastante celoso y estoy enamorado, eso me convierte en un cabrón como pocos, intrigante y rencoroso; pero jamás le hago daño, jamás podría decirle algo hiriente y si llegase a salir de mi boca alguna atrocidad descorazonada ella entendería que no es verdad, entendería que me comporto como un tonto majadero, un chifladito malvado.

Entiendo perfectamente que el peor daño que se le puede hacer a una persona es tratarla con indiferencia, el odio y el amor van de la mano, si hay odio fue porque existió un amor trabado, estorbado o enfermizo; sin embargo, si hay indiferencia jamás hubo sentimiento alguno, jamás existió esa persona para ti, fue como una mala digestión saliendo sin gloria de tu cuerpo para no volver más. El amor que ella siente por mí hace que me entienda y me quiera cuando soy un gaznápiro descuidado o un canalla enrabietado.

Andreu, como todo artista, amaba su libertad, amaba crear, pintar, producir libremente y reproducirse impunemente. Casi siempre encontraba alguien con quién ligar por unos días, hasta que terminaba de conocer a su nueva rapiña y se aburría de ella. Como él era mi amigo, cuando salíamos se permitía llevar chicas diferentes cada vez, diferentes entre ellas y muy diferentes a él. Se veía feliz, como embobado por su nueva conquista pasajera.

Una vez me dijo que ninguna de esas chicas era como la suya, que nunca lo serían, que era muy afortunado; inconfidente le pregunté por qué salía con ellas, si ninguna sería como su chica. Me dijo que así la amaba más porque se ponía de mejor humor para ella.

Yo creo que el ser humano (sin diferencia de género) tiene una cantidad enorme de deseos y vacíos que una sola persona no puede complacer ni llenar, así se esfuerce mucho en hacerlo, siempre habrá algo: una fantasía loca, libidinosa e innecesaria, que con un poco de valor y descaro se pueda consentir en brazos extraños.

Una vez un amigo me dijo, con mucha razón e indiscutible certeza, que era necesario abrirse (en todos los sentidos) a más personas para así encontrar alguien que supla los vacíos que son como huecos en la tierra para que no queden como un monumento a lo perdido. Yo no sé si eso funcionaría conmigo, yo pienso que me generaría otro vacío aún más grande e insufrible, pero acepto que tiene bastante lógica y creo que le funciona a mucha gente. Basta con sentarse en algún café y buscar a una pareja, después de unos minutos uno de los dos echa una mirada pícara y temerosa a algún mozo o cliente que les haya gustado, pasa todo el tiempo.

No podría; sin embargo, ser yo un traficante de corazones y calzones porque soy muy cobarde para buscar nuevas aventuras enredosas y porque soy muy haragán para buscar cómo suplir los vacíos crueles que tengo dentro de mí, además esos vacíos son los responsables (para bien o para mal) de mi retorcida personalidad, que tanto le gusta a mi chica. No existe prueba de amor más grande que el sacrificio consciente.

Mientras tanto, víctima de la distancia, me toca oír las quejas y enterarme de las nuevas alucinaciones provocadas por esa droga insana y malquerida. Mi celular seguirá sonando y las preguntas seguirán invadiendo mi cuarto a las seis de la mañana y cada dos horas hasta las diez de la noche, que es cuando cesan y noto lo mucho que las disfruto y extraño.

Si busco llenar un vacío innecesario es para probar que no puedo (y si puedo, que no quiero), es para probar que me gusta que esté ahí, para probar que soy un idiota del culo y que a pesar de eso mi chica me quiere.

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