miércoles, 4 de agosto de 2010

Ocho hechos

UNO

Tengo una veintena de años – bien vividos, por cierto – encima. Nunca antes me habían pesado tanto esos años como ahora que advierto la imperativa necesidad de no parar, de seguir trajinando mi cuerpo y mi salud en pro de una (o muchas) fugaz y a menudo infravalorada algazara nocturna, y no puedo. Los años alborotados que he pasado se han mantenido hasta ahora, como los eventos que los marcaron, en el más minucioso anonimato, al menos los últimos y más importantes. Esos años postreros han sido los que me han enfermado; los que, más que destruirme, me mostraron la fragilidad natural de mi cuerpo y, tal vez, por qué no, de mi espíritu también.

DOS

Hace más o menos un año y medio que tomo pastillas. No me gusta llamarles “medicamentos” porque no curan ni previenen absolutamente nada, solo me atontan, me vuelven un bobo feliz. Mas sí me enferman, quebrantan mi salud, son como venderle al diablo algunos años que sé me van a sobrar por una jugosa recompensa. Eso no me da miedo. De todas formas, si tenemos en cuenta que hay vida hace millones de años, nuestra existencia, por más duradera que sea, no será más que una insignificancia. Lo que en realidad me aterra es que esas pastillas, a veces benditas, a la larga terminen con todos mis males, mi depresión y mis demonios internos, y viva tan feliz que ya no pueda escribir jamás.

TRES

Me permito robar esta frase de mi amigo más cercano y fiel, que expone y describe tal cual mi vida: “Donde quiera que esté me siento un extranjero”. Es así como me siento ahora, como un forastero, como un invasor.

CUATRO

Me agrada ser un forastero, permanecer extraño y distante de las cosas más rutinarias y los lugares más frecuentados. El encanto del anonimato solo lo disfrutas cuando a partir de él vives más de una vida, vives varias vidas diferentes. El desencanto del anonimato lo descubres cuando comienzas a quedarte solo y te das cuenta que toda la impostura que has montado rara vez prevalece como un recuerdo grato y que, en vez de eso, la mayoría de las veces los recuerdos te dejan el sinsabor del desamparo, tan solo vencido o endulzado con la reinvención constante.

CINCO

Ya perdí las esperanzas, creo que jamás terminaré el libro que estoy escribiendo. No encuentro entre tanto desbarajuste el remedio para hilar y darle un final a tremenda ficción afiebrada y altamente lujuriosa que he estado pergeñando casi todas las noches desde hace algunos meses. He recurrido, convencido y refugiado en la mediocridad, a los vicios literarios más indigentes y reprochables: el meretricio, tal vez comedido, de mi persona y el hurto de fragmentos de la vida de otras personas. Le he pedido consejo a un puñado de amigos, a los que les he confiado la intimidad del escrito, no exento de ganapanes y zalameros que piensan que mi vida prostibularia y giróvaga es, cuando menos, lo más atractivo del texto. Uno de esos amigos, que fue profesor mío en la universidad, me dijo: No trates de venderte en el libro, mejor haz que el libro se venda a él mismo. Me jodió.

SEIS

Estoy de viaje, a doce horas de mi hermano y mi chica, mis más fieles aliados y compañeros. Me siento un forastero en la casa de mis padres y, en general, en esta pequeña ciudad en la que estoy, preñada vilmente de consumismo y víctima de los ultrajes de las grandes compañías de venta que juegan con las ansias cosmopolitas de las personas que viven aquí. Estoy enfermo y me van a someter a una cirugía menor, no eximia de riesgo; en los pocos días que he estado lejos he extrañado inhumanamente a mi chica. Me he emborrachado con el más leal amigo que tengo en Chiclayo hace unos días, bebí como cosaco desquiciado y vomité mis zapatos. No he podido escribir nada las últimas noches. El clima no me gusta. Quiero volver pronto porque acá no puedo tomar pastillas e intentar dormir es una tortura.

SIETE

En medio de la oscuridad de mi habitación tan solo emblanquecida pobremente por la luz del computador y entre el frío y silencio de la madrugada que llevo adentro existe una luz más fuerte que la del computador que alumbra y deshace toditita la noche. Es una luz zigzagueante, terca, de color rojito pálido, como el de un lupanar. Es una luz que aunque a veces parezca a punto de extinguirse, jamás languidece hasta desaparecer, siempre revive parpadeante y resplandeciente. Es una luz que aunque esté lejos siempre está presente y evita que, en noches como esta, la soledad, la depresión y la falta de pastillas acaben conmigo, que los demonios incontrolables de mi interior me devoren desde adentro.

OCHO

Tú eres esa luz, mi querida Grace. En eso te has convertido, en mi luz de auxilio. Tú eres esa lucecita bandida que no se apaga nunca y que más bien revive como una llamarada loca con el viento. Tú me acabas de salvar de morir, cariño.

2 comentarios:

  1. yo también tengo escritos pero no me atrevo a publicarlos ya que soy pusilánime y miope (creo que tengo cerca de 10 de miopía) y creo que la gente es muy ensimismada para halagar el trabajo ajeno sumado a que nos gusta leer poco además del pesar de estar tecleando equivocadamente me gusta eso que los hombres siempre recostamos nuestras esperanzas en una mujer muy bueno si gustas agrégame vj_fachiny11@hotmail.com

    ResponderEliminar
  2. asu, me has hecho sentir que ninguno de mis escritos vale la pena, que mi blog esta en vano, no se si sepas quien soy pero eso importa poco, te felicito por tus escritos esta realmente buenos, sigue adelante. Saludos.

    ResponderEliminar