Se está discutiendo la despenalización del aborto por violación, o mal llamado aborto “terapéutico”, y el aborto eugenésico en el país en pro de un desarrollo del sistema democrático.
Y como son necesarias opiniones y no, como he leído y oído, objetividad, formularé mi opinión con respecto al tema. Porque eso es lo que se busca en un sistema democrático, a eso se apunta; a pesar de que se viva en un país Católico, Apostólico y Romano, donde la Iglesia tiene un poder desmedido e inmerecido y amenaza, a corto o mediano plazo, al atributo más importante de la democracia: el pluralismo.
La Iglesia Católica no es una institución democrática, como no es, ni podría serlo, religión alguna; defiende verdades innegables, absolutas e indiscutibles, pues provienen de Dios. Ellos buscan “objetividad”.
Lo adecuado sería un Estado laico en donde se prediquen las creencias religiosas lejos del poder, en competencia con el resto de las religiones.
Y menciono esto ya que las principales opiniones, y las de maneras más marciales y arrojadas, en contra del aborto provienen de gente ligada, a veces indirectamente, a la Iglesia Católica o a una de sus “ramificaciones” extremistas.
De igual forma como me parecen desatinadas esas opiniones (impositoras y dictatoriales), me parecen, también, bajos y ruines los medios que han usado para defenderlos: fotografías e imágenes de fetos y abortos. Lo cual es igual de descabellado que anexar imágenes o videos de violaciones, o de fetos malformes para defender mi postura.
Aclaremos algo: es totalmente discutible si el embrión de pocas semanas está dotado de alma (según los creyentes) y debe ser considerado un humano o si es sólo un proyecto de vida, porque no hay modo alguno de zanjar esa cuestión científicamente.
Los científicos y los eclesiásticos sólo pueden pronunciarse con respecto al tema en base a sus creencias y principios, mas no amparados por la ciencia.
Así pues, dejando claro esto, ahondaré en el tema.
Considero intolerable que se le obligue a una mujer a parir a un niño que ella no quiere tener, induciéndola así a delinquir y utilizar dudosos medios que ponen en peligro su vida.
Lo cierto es que el aborto ha existido desde tiempos arcaicos, se prohíba o no en el país, y va a seguir practicándose de igual manera lo ampare la ley o no. Con frecuencia se confunde la despenalización con promoción del aborto, como una incitación al mismo, cuando la verdad es que despenalizar el aborto solo permitiría que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz a sus críos –porque fueron engendrados producto de una violación, ponen en riesgo su vida o sufren de alguna enfermedad incurable e insufrible– interrumpan su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y según ciertos requisitos, para evitar, como ocurre en todos los países del mundo donde se penaliza el aborto, que éste se realice de manera informal, precaria, riesgosa y que, además, se pueda ser incriminada por ello.
Se aplacaría también, o siquiera se reduciría, la discriminación que existe en este dominio, que no es poca; la prohibición es solo prohibición para las mujeres pobres, pues las otras tienen a su alcance cuantas veces quieran la posibilidad de abortar, ya sea viajando al extranjero o pagando a clínicas privadas para que lo hagan con la debida reserva. Las mujeres pobres deben recurrir a curanderos u obstetrices clandestinas que ponen en riego su salud, las maltratan, las dañan y hasta las matan.
El estado, si bien debe jugar un rol importante, no puede elegir en nombre de la mujer, ni forzarla a hacer algo en contra de su voluntad. Eso sería un atropello. Lo correcto es que el gobierno aconseje y fije ciertos límites –como se da en países como Holanda o Italia– como el plazo máximo o la obligación de un período de reflexión entre la decisión y el acto mismo.
Como las consecuencias que acarreará traer al mundo a un nuevo ser sólo las conoce plenamente la madre, sería coherente que ella evaluase y decida.
Y ¿por qué creo que es la mujer la que debe elegir y no el estado?
En las democracias avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. No se trata, como señalan algunos “famosos escritores”, de abortar sólo y, únicamente, porque el crío sea producto de una violación, se trata de la libertad de la mujer a elegir si es que quiere tener a ese crío una vez embarazada. No siempre se querrá abortar a los niños no deseados, como no siempre se querrá tenerlos.
Yo considero que la despenalización del aborto es la manera más eficaz de atenuar el problema. Esto no quiere decir que no deban atacarse también los medios que lo causan y creo que la mejor manera de hacerlo es mediante educación sexual en la familia y escuelas (solución que también critica la Iglesia Católica, defendiendo el “método natural” tan poco seguro).
El aborto se trata de un recurso extremo e ingrato al que hay que resignarse como a un mal menor.
Y como son necesarias opiniones y no, como he leído y oído, objetividad, formularé mi opinión con respecto al tema. Porque eso es lo que se busca en un sistema democrático, a eso se apunta; a pesar de que se viva en un país Católico, Apostólico y Romano, donde la Iglesia tiene un poder desmedido e inmerecido y amenaza, a corto o mediano plazo, al atributo más importante de la democracia: el pluralismo.
La Iglesia Católica no es una institución democrática, como no es, ni podría serlo, religión alguna; defiende verdades innegables, absolutas e indiscutibles, pues provienen de Dios. Ellos buscan “objetividad”.
Lo adecuado sería un Estado laico en donde se prediquen las creencias religiosas lejos del poder, en competencia con el resto de las religiones.
Y menciono esto ya que las principales opiniones, y las de maneras más marciales y arrojadas, en contra del aborto provienen de gente ligada, a veces indirectamente, a la Iglesia Católica o a una de sus “ramificaciones” extremistas.
De igual forma como me parecen desatinadas esas opiniones (impositoras y dictatoriales), me parecen, también, bajos y ruines los medios que han usado para defenderlos: fotografías e imágenes de fetos y abortos. Lo cual es igual de descabellado que anexar imágenes o videos de violaciones, o de fetos malformes para defender mi postura.
Aclaremos algo: es totalmente discutible si el embrión de pocas semanas está dotado de alma (según los creyentes) y debe ser considerado un humano o si es sólo un proyecto de vida, porque no hay modo alguno de zanjar esa cuestión científicamente.
Los científicos y los eclesiásticos sólo pueden pronunciarse con respecto al tema en base a sus creencias y principios, mas no amparados por la ciencia.
Así pues, dejando claro esto, ahondaré en el tema.
Considero intolerable que se le obligue a una mujer a parir a un niño que ella no quiere tener, induciéndola así a delinquir y utilizar dudosos medios que ponen en peligro su vida.
Lo cierto es que el aborto ha existido desde tiempos arcaicos, se prohíba o no en el país, y va a seguir practicándose de igual manera lo ampare la ley o no. Con frecuencia se confunde la despenalización con promoción del aborto, como una incitación al mismo, cuando la verdad es que despenalizar el aborto solo permitiría que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz a sus críos –porque fueron engendrados producto de una violación, ponen en riesgo su vida o sufren de alguna enfermedad incurable e insufrible– interrumpan su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y según ciertos requisitos, para evitar, como ocurre en todos los países del mundo donde se penaliza el aborto, que éste se realice de manera informal, precaria, riesgosa y que, además, se pueda ser incriminada por ello.
Se aplacaría también, o siquiera se reduciría, la discriminación que existe en este dominio, que no es poca; la prohibición es solo prohibición para las mujeres pobres, pues las otras tienen a su alcance cuantas veces quieran la posibilidad de abortar, ya sea viajando al extranjero o pagando a clínicas privadas para que lo hagan con la debida reserva. Las mujeres pobres deben recurrir a curanderos u obstetrices clandestinas que ponen en riego su salud, las maltratan, las dañan y hasta las matan.
El estado, si bien debe jugar un rol importante, no puede elegir en nombre de la mujer, ni forzarla a hacer algo en contra de su voluntad. Eso sería un atropello. Lo correcto es que el gobierno aconseje y fije ciertos límites –como se da en países como Holanda o Italia– como el plazo máximo o la obligación de un período de reflexión entre la decisión y el acto mismo.
Como las consecuencias que acarreará traer al mundo a un nuevo ser sólo las conoce plenamente la madre, sería coherente que ella evaluase y decida.
Y ¿por qué creo que es la mujer la que debe elegir y no el estado?
En las democracias avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. No se trata, como señalan algunos “famosos escritores”, de abortar sólo y, únicamente, porque el crío sea producto de una violación, se trata de la libertad de la mujer a elegir si es que quiere tener a ese crío una vez embarazada. No siempre se querrá abortar a los niños no deseados, como no siempre se querrá tenerlos.
Yo considero que la despenalización del aborto es la manera más eficaz de atenuar el problema. Esto no quiere decir que no deban atacarse también los medios que lo causan y creo que la mejor manera de hacerlo es mediante educación sexual en la familia y escuelas (solución que también critica la Iglesia Católica, defendiendo el “método natural” tan poco seguro).
El aborto se trata de un recurso extremo e ingrato al que hay que resignarse como a un mal menor.