sábado, 3 de octubre de 2009

Otro escritor mediocre.

Qué mediocridad la mía. De las peores, lo aseguro. Admiro a un escritor igualmente, o quizá más, mediocre que yo y que, además, es un cobarde consumado. Así pues, ¿qué puede esperarse de este pobre poeta? remedo de escritor que ni siquiera sale en televisión – y si consigue hacerlo sería por golpe de suerte puesto que, como va quedando claro, soy un sujeto apocado de ínfimas aspiraciones y poseedor de una suerte inmunda, con estoy último quiero que vaya quedando claro mi cochino pesimismo – ni encuentra un sustento al cual repudiar y del cual pudiera sentirse asqueado por poseerlo, o ser poseído por él, pero que seguramente ayudaría a aliviar las obligaciones económicas que no tienden a disminuir sino a multiplicarse conforme intenta hacer de su vida lo más independiente posible.

Pero, al mismo tiempo, el triste escritor no concibe la idea de vivir una vida menesterosa, no porque sea un avaro o un miserable al que le gusta sentirse más que otros, sino porque carece del valor necesario – y es mucho el que se necesita, casi fuera de los límites del alcance humano – para enfrentar a las personas que quiere, que no son más que dos o tres, siempre que deba negarles alguna complacencia costosa. Su chica le dice que no le importa que él no hiciese nada en un futuro y se dedique a escribir solamente, y ella habla en serio y con la verdad puesto que tiene dinero y no concibe la idea de obligaciones económicas extenuantes, pero él sabe que eso no será así siempre a pesar que se lo diga la persona que más quiere y a pesar que él le crea. Sueña con el día en que el meretricio intelectual, ese que siempre practica y que incontables veces le ha dado frutos y le ha abierto puertas – y piernas – sea suficiente para sostenerse si bien no en la cima, en un peldaño económico que le permita viajar mucho con su chica – porque él ama viajar y ama a su chica – y ¿qué mejor manera que la televisión?
Como se aprecia, este apandillado e indigno de muchas complacencias, escritor es un egoísta malévolo y, aprovechado como es, no le importa robarle su dinero a quien fuere que lo contratase en televisión para no hacer nada importante y dedicarse a seducir incautos y cándidos sujetos que permanecen como cocodrilos en sus estanques a la espera de carne fresca, de chabacanería y picardía inteligente que satisfaga su voraz apetito mórbido. Pero ve esa posibilidad lejana y le molesta tratar de alcanzarlo, por razones ya expuestas anteriormente.

El pobretón iluso es una mala persona (aunque esto es siempre debatible) pero aún así teme más que a otra cosa decepcionar a los pocos que han logrado ganarse su cariño, o que él ha logrado ganarse el suyo, entre ellos su hermano, que probablemente llegará a ser una persona intachable, reconocido y exitoso, sin necesidad de ser como aquellos avinagrados señores que andan echando polvo a los pobres conductores que a duras penas llegamos a nuestros destinos con autos que parecen esperpentos maldecidos por los dioses de la velocidad. O su chica, que sin lugar a dudas sería una empresaria exigente, de trato casi dictatorial, hábil con las personas y dueña de una mina, de propiedades por todo Lima y una distribuidora que pone en sus bolsillos cifras estrafalarias, y no todo por mérito propio.
Pero la más temida de las desilusiones sería la de sus padres, su “mami” sobretodo – pues su papi se siente exento de todo de culpa y esto es también debatible –, que es quizá la culpable de que un niño modosito, atento, caballero, maduro para su edad se haya convertido en un ser despreciable y desconcertante, apocado y penoso, irreverente, mediocre y un vago del carajo.
Y quizá la mayor responsabilidad suya radica en que siendo, desde muy joven, encantada por la cofradía de los elocuentes bibliotecarios y dueños de casas de la cultura no haya sabido controlar a este poeta loco que vivió siempre alejado de sus padres por su abrumador cariño, que no haya sabido convertir a su crío en una persona varonil, esforzado y apto para estudiar abogacía y que en vez de eso se haya bautizado en el oficio del periodismo bajo de letrinas, un oficio tan poco masculino – como diría marcialmente Escrivá de Balaguer, patrono de la escuela que dejé hace ya dos años –
El escritor mediocre sabe que su vida ha sido mediocre, que la obra que deja es mediocre y no sabe si tratar de cambiar eso porque quiera o no y sea o no del agrado de quien fuere vive tranquilo y bien. Y sabiendo esto – que es un mediocre del culo – sabe también que sin lugar a dudas es un escritor, o por lo menos está en su futuro ser un escritor, o es un escritor mediocre y obstinado, que a falta de verdadero talento, se refugia en el dudoso mérito de la terquedad.

3 comentarios:

  1. Mi alter ego en todo su esplendor.

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  2. P.d: Qué es de tu narrativa y poesía si no existiese tu alter ego mi estimado Ale-gato.

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