viernes, 16 de octubre de 2009

Mi mundo está cambiando

Así las cosas:

Mi padre se encuentra enclaustrado, curiosamente por voluntad propia, en una casa de retiro en Chiclayo, víctima de una secta organizada por la oligarquía norteña para expiar las culpas y los desatinos morales que pudieran cometer en su – no menos desatinada – carrera por el reconocimiento y por el dinero.
Mi padre está cambiando, su mente se está ampliando tanto que he llegado a pensar que quizá sea yo el que deba hacer el papel de avinagrado y áspero mandamás del hogar (eso jamás pasará, no soy tan autoritario).
En todo caso, me siento feliz por eso. Me siento feliz por él, porque ahora él está feliz y se desvive por hacerme feliz a mí.

Mi madre parece estar más feliz que nunca. Es una mujer fuerte, inteligente y peligrosamente culta (esta debe ser la razón por la que se unieron mis padres porque no encuentro otro común entre ellos) y sesuda, como es, se encargó – desde antes de nuestros nacimientos – de trazar una línea de vida dura, competitiva, santa y varonil para mí y mis hermanos (tristemente, nunca hice nada competitivo, santo ni varonil en el transcurso de mi vida de lo cual hubiera podido sentirse orgullosa)
Decidió desde los colegios en los que estudiaríamos hasta las galletas que comeríamos en los recreos o la fruta que comeríamos porque era buena para esto o lo otro y, en el más desesperado de los casos, para un mejor rendimiento sexual, hijito.
Pero como nunca cumplí ni un punto de la famosa línea, siempre me pareció que ella no era feliz conmigo, o simplemente que no era feliz. Siempre tan preocupada por la educación, ella; siempre aterrada por un futuro impróspero, siempre intranquila, siempre enferma (de histerismo), siempre nerviosa y molesta.
Y ahora no, ahora está feliz también, como mi padre, aunque por diferentes causas, y está contenta por la razón más extraña que jamás hubiera podido imaginar (ni con toda la hierba del mundo, ni con todas las pastillas, ni con nada) porque me cambiaré a la carrera de literatura, esa carrera que siempre me negó, esa carrera que no era carrera, que era penosa y sin futuro, perdiendo todo lo avanzado a costa de lágrimas y sangre en derecho, que tampoco es tanto.

Mi chica, por el contrario, no está feliz. No está feliz con nada y comienzo a pensar que tampoco conmigo (estoy exagerando, claro).
Yo sí estoy feliz, pero no pareciera: ¡Carajo esto! ¡Puta madre! ¡A la mierda lo otro! ¡Me cago en aquello (mayormente en el milagro que procreó a seres tan bienquistos y educados como los cobradores)! Sí, me estoy convirtiendo en todo un caballero, joder.
Hemos llegado al momento decisivo, hemos vestido nuestros uniformes de batalla (y ella se ve tan sexy y poderosa así) y hemos decido salir a combatir, cada uno, contra la única persona con la cual jamás habíamos pugnado por el poder: el otro: usando palabras de grueso calibre, corrosiva agudeza, lascivia, ensañamiento y lujuria.
A pesar de eso y de algunas lágrimas como coste por ambos bandos (aunque esto último es discutible) estamos más unidos que dos testículos dentro del escroto, aunque siempre con libertad de acción.

He descubierto, y esto es lo que más me preocupa, que soy un bueno para nada, un infecundo flaquito de lentes y, además, un poco tonto (por no decir: un imbécil del culo).
No ocupo mi tiempo en muchas cosas porque no me gusta hacer casi nada y no sé si esto será una enfermedad, pero en el caso lo fuere, los síntomas se han agudizado en las últimas semanas al punto de mantenerme postrado en cama bajo descanso obligatorio, cura del sueño. Así que, entiéndase que últimamente no he estado haciendo casi nada del ya “casi nada” de mi actividad. Por eso cuando por fin volví a practicar una de mis diversiones favoritas que consiste básicamente en humillar al rival luego de una paliza mental: el ajedrez, descubrí que después de tamaño lapso de ausencia ya no era bueno ni siquiera en eso, ya que fui apaleado brutalmente, endemoniadamente y sin clemencia por un sujeto cuatro veces. Me horroricé. Ya no quiero pasatiempos: dormiré más, en eso nadie me ganará, estoy dispuesto a esforzarme inhumanamente para cumplirlo y humildemente acepto tener talento para eso.
Me he demostrado, también con esto, que soy un sujeto rencoroso, envidioso y pésimo perdedor.
Aparentemente todo este clima enemigo despierta en mí un hambre desmedido, descomunal, desconocido hasta antes del primer gobierno de Alan. Tengo hambre casi siempre y estoy panzón, eso siempre me había molestado, pero ahora no, por alguna razón desconocida estar panzudo no me molesta, más bien estoy contento: le he puesto un nombre a mi bandullo, froto mi barriga siempre, hablo con ella, le doy cariño, la toco lujuriosamente, la deseo en silencio – no revelaré por pudor más detalles al respecto –

Estoy hambriento, sediento, soñoliento, dopado, embrutecido, sonso alegre, panzón, pero a pesar de todo feliz.

¿Estaré cambiando? o ¿me estaré descubriendo, conociendo quién soy yo en realidad? Estoy frente a un dilema. No estoy seguro. Por ahora dormiré, sé que así resolveré este problema, sólo de eso puedo estar seguro ahora.

2 comentarios:

  1. Escribí un comentario anteriormente, en fin. Como veo todo va mejor y en especial tu prosa. Felicidades campeón, pronto ya no comeremos de la bolsa de basura y de la salchipussy de annie.

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  2. Nada va bien en mí, empero soy feliz, campeón.

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