miércoles, 16 de septiembre de 2009

Réquiem de la muerte

Escuchar tus cuerdas y sentir la vibración de tus dedos
no es menos hermoso que el carmesí afluente del mar
Es tan refinado y tan amoroso, que me conduce
al violento vórtice de cadáveres y cuerpos
al infierno de Cáncer, con la sonrisa rosada en los labios
y el carmesí afluente en la mirada
con un sonido tripartita – sublime – en los ojos

Y en ese escarpado mortal,
un inesperado porrazo… tres cuerdas, tres en picada
un gélido golpe, y te siento ahora tal cual eres
tan fría, tan helada
Cada cuerda me desgarra, como loba, la espalda
me pierdo huyendo entre los nueve pisos del tártaro
me persiguen los potros, los caballeros rojos
los jinetes negros, esos que se llaman
Gula, Lujuria y Amor.

Me siento perdido en la oscuridad sin nombre
y ya no hay amigos, no hay jinetes, no hay caballos
Esa sinfonía tuya, esa melodía aprehensora
con sus tres cuerdas filosas y su compás malhechor

Y otra vez tan turbio el sonido,
tan fuertes las claves de Sol
me conducen hacía la noche eterna
al Índico sin diosa, al amor sin amor
al tiempo en donde se pierden
de vista los caminos – esas líneas en la playa –
que te dirigen al sol.

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