miércoles, 20 de enero de 2010

Tráfago de corazones

En Madrid conocí a Andreu Laguna, un amante de la pintura y la heroína, tenía una novia ecuatoriana a la que decía querer mucho y con la que peleaba bastante seguido sin importar donde se encontrasen ni quien estuviera presente. Llegué a acostumbrarme y aprendí a disfrutarlo luego de un tiempo, indudablemente era más entretenido que hablar por horas de pintura, colores, diseños romanos, románticos o lo que fuere.

Lo cierto es que la ruptura no duraba mucho tiempo, pues a la hora y luego de muchas pitadas frenéticas a las narguilas del bar Colombo, recibía una llamada conciliadora que le ordenaba ir de inmediato a casa de ella para celebrar que ahora se amaban más que antes de la pelea, más que ayer, más que nunca. Era como una canción de Rafael, escalofriantemente perturbador.

Siempre me invadió la curiosidad acerca de lo que significaba realmente pelear con una persona para descubrir (o entender) que la quieres incluso más de lo que la querías antes de la pelea, por eso un día le pregunté tímidamente y le pedí que me explicara. En ese entonces yo estaba solo, siempre andaba solo y no tenía ni un poco de ganas de hacer que eso cambiara.

Me sorprendió con lo que me dijo: “Mira, tienes que entender que las parejas que más pelean son las que más se quieren. Se quieren porque no temen mostrarse como son. Se celan, se importan”. Me sorprendió más no entenderle ni un carajo de lo que me dijo.

El amor es como una droga: adictivo y altamente alucinógeno, te hace ver cosas que no pasan realmente y presagiar sucesos que no tienen el más mínimo asidero lógico, lo que naturalmente lo convierte en un sentimiento peligroso y traidor.

Yo siempre había creído que las parejas que más peleaban estaban destinadas al fracaso y al dolor incondicional por falta de cariño, sin restricción ni requisito más que la desilusión y la tortuosa soledad. Ahora resulta que no es así, ahora resulta que por exceso de amor y no por falta de él las parejas se separan, se pelean, se entremezclan en guerrillas despiadadas e inhumanas… tiene sentido, al menos para mí. Cuando uno está muy enamorado las peleas llegan desprovistas de malas intenciones, vienen cargadas de miedo de perder a la otra persona. Ahora lo entiendo.

Los dos últimos años de mi vida (y también los más felices) los he compartido incondicionalmente y en su totalidad con Grace, mi chica, y ella me ha enseñado con mucha paciencia y notable habilidad quién soy yo en realidad. Me ha mostrado mi lado más arrogante, ególatra, despreocupado y torvo, arriesgándose muchas veces a ser el blanco de mi lengua viperina; dudo mucho que exista mayor prueba de amor que el sacrificio consciente.

Admito que cuando discutimos soy yo el que regresa con el son deprecante en busca de remiendo porque ella es bastante terca y definitivamente más fuerte e inteligente que yo, a pesar de tu tamaño y su apariencia, que poco dicen de cómo es realmente.

Soy bastante celoso y estoy enamorado, eso me convierte en un cabrón como pocos, intrigante y rencoroso; pero jamás le hago daño, jamás podría decirle algo hiriente y si llegase a salir de mi boca alguna atrocidad descorazonada ella entendería que no es verdad, entendería que me comporto como un tonto majadero, un chifladito malvado.

Entiendo perfectamente que el peor daño que se le puede hacer a una persona es tratarla con indiferencia, el odio y el amor van de la mano, si hay odio fue porque existió un amor trabado, estorbado o enfermizo; sin embargo, si hay indiferencia jamás hubo sentimiento alguno, jamás existió esa persona para ti, fue como una mala digestión saliendo sin gloria de tu cuerpo para no volver más. El amor que ella siente por mí hace que me entienda y me quiera cuando soy un gaznápiro descuidado o un canalla enrabietado.

Andreu, como todo artista, amaba su libertad, amaba crear, pintar, producir libremente y reproducirse impunemente. Casi siempre encontraba alguien con quién ligar por unos días, hasta que terminaba de conocer a su nueva rapiña y se aburría de ella. Como él era mi amigo, cuando salíamos se permitía llevar chicas diferentes cada vez, diferentes entre ellas y muy diferentes a él. Se veía feliz, como embobado por su nueva conquista pasajera.

Una vez me dijo que ninguna de esas chicas era como la suya, que nunca lo serían, que era muy afortunado; inconfidente le pregunté por qué salía con ellas, si ninguna sería como su chica. Me dijo que así la amaba más porque se ponía de mejor humor para ella.

Yo creo que el ser humano (sin diferencia de género) tiene una cantidad enorme de deseos y vacíos que una sola persona no puede complacer ni llenar, así se esfuerce mucho en hacerlo, siempre habrá algo: una fantasía loca, libidinosa e innecesaria, que con un poco de valor y descaro se pueda consentir en brazos extraños.

Una vez un amigo me dijo, con mucha razón e indiscutible certeza, que era necesario abrirse (en todos los sentidos) a más personas para así encontrar alguien que supla los vacíos que son como huecos en la tierra para que no queden como un monumento a lo perdido. Yo no sé si eso funcionaría conmigo, yo pienso que me generaría otro vacío aún más grande e insufrible, pero acepto que tiene bastante lógica y creo que le funciona a mucha gente. Basta con sentarse en algún café y buscar a una pareja, después de unos minutos uno de los dos echa una mirada pícara y temerosa a algún mozo o cliente que les haya gustado, pasa todo el tiempo.

No podría; sin embargo, ser yo un traficante de corazones y calzones porque soy muy cobarde para buscar nuevas aventuras enredosas y porque soy muy haragán para buscar cómo suplir los vacíos crueles que tengo dentro de mí, además esos vacíos son los responsables (para bien o para mal) de mi retorcida personalidad, que tanto le gusta a mi chica. No existe prueba de amor más grande que el sacrificio consciente.

Mientras tanto, víctima de la distancia, me toca oír las quejas y enterarme de las nuevas alucinaciones provocadas por esa droga insana y malquerida. Mi celular seguirá sonando y las preguntas seguirán invadiendo mi cuarto a las seis de la mañana y cada dos horas hasta las diez de la noche, que es cuando cesan y noto lo mucho que las disfruto y extraño.

Si busco llenar un vacío innecesario es para probar que no puedo (y si puedo, que no quiero), es para probar que me gusta que esté ahí, para probar que soy un idiota del culo y que a pesar de eso mi chica me quiere.

domingo, 17 de enero de 2010

El Canario Ahotado

Me encontraba descansando en mi casa nueva, lejos de mi chica y de mi hermano, mis más fieles aliados, cuando de repente llegó aleteando frenéticamente el Canario Ahotado.

Me había visitado antes, yo lo había buscado también en algunas ocasiones hace tiempo, cuando le tiraba panes y migajas para que se alimente, cuando era su sustento y me retribuía como sabía: con un aleteo ufano y radiante. Recientemente no había venido a visitarme, la última vez que se posó sobre mi jardín solo lo mire, mas no le di de comer nada. Se fue como llegó.

Descuidé y mal pagué su compañía fiel (al menos, aparentemente fiel) por mucho tiempo, no pensé que volvería a mi jardín después de tanto. Debe necesitar algo, pensé. Decidí esperar a que llegara otra vez, me anticipé y dejé esparcidos en el jardín pedazos de pan y migas, de las migas que le gustaban. Como había planeado, llegó pronto y comenzó a comer desesperadamente y al terminar me aleteó atrevidamente, no como antes. Algo andaba mal.

El Canario Ahotado viene desde muy lejos, desde un lugar al que nunca he ido y no tengo prisa por ir; vive con sus hermanos el Pavo Glotón y el Gallo Enano de Galpón. Muchas veces han venido con él a visitarme, pero nadie me ha caído tan bien como el Canario Ahotado.

La tierra donde vive está infestada por una gavilla de hampones, los Gavilanes Malhablados, abusivos y corrompidos por la vileza de sus perversiones (a las que llaman sueños); estos gavilanes son pájaros cobardes que huyen de su tierra natal porque por fin, después de tanto esmero, han conseguido que se vuelva una mierda insufrible. Huyen de la mala vida que ha impuesto el Gallinazo cubano muy cerca de ellos.

Rodeado por tremendos especímenes degenerados y torpes al hablar, El Canario Ahotado olvidó cómo cantar, olvidó cómo aletear vanidosamente, olvidó que era un ser inocente e indefenso y se convirtió en un Canario artero y ladino, traicionero, disfrazado de mi fiel compañero.

La vida en esa tierra fría e inhóspita es dura, muy dura para la corporalidad frágil de mi fiel ave. La corrompió también, milímetro por milímetro. De ala a ala. La convirtió en un objeto malicioso deseado por muchos y la destinó a ir ejerciendo un meretricio comedido (si es que existe) para conseguir lo que quería sin rendirle cuentas a nadie. Malentendió el lema sobre la libertad, tan difundido y adulterado por todo el pajarero jipato, loco y mixto.

Hoy fui sorprendido por mi Canario Ahotado, que ahora es un ave artera y forajida, cuando salía a darle la bienvenida. Cuando le iba a pedir que me mostrase una vez más su perfecta hermosura mientras nos divertimos jugando en el jardín como los amigos felices que éramos.
Sabía que hacía mal en confiarle mis confidencias, sabía que hacía mal disfrutando de su compañía, pero no podía alejarlo así como así, así como antes.

Gravísimo error, con mis tropas replegadas en Lima, diezmadas por la falta de comunicación conmigo, fui engañado y atacado a matar por el ave, por mi ave. Me arrancó los ojos mientras se deslumbraban con su aleteo eufórico. Me picoteó brutalmente las manos mientras me comunicaba con ella. Me perforó el pecho armada con mentiras y bajo efectos de la droga cegadora de la traición. Me decapitó tirando fuertemente de mi cabello. Luego voló.

Ahora mi cabeza exuda los últimos jadeos alocados en busca de ayuda y de venganza. Ciego, manco e incompleto me doy cuenta que fui un tonto, pero sigo fantaseando con ese Canario Ahotado revoloteando sobre mí.

viernes, 15 de enero de 2010

Políticas de represión

Hace poco en su columna en el diario El Comercio, Mario Vargas Llosa habló sobre “el otro estado”.

El otro estado es el de las drogas, el que se mueve por el narcotráfico y está constantemente en querellas contra el gobierno que intente imponérsele y doblegarlo. Pasó en México, pasará en toda América Latina si no da una solución inteligente al problema; la guerra pública no funciona, lo aprendimos de México que sufre cuantiosas pérdidas diariamente producto de la contienda, muchos inocentes mueren. Dicen los críticos que debe atacarse por lo bajo y usando a la policía y su unidad de investigación para reprimir y encarcelar a las autoridades que sirvan al otro estado y se encuentren imbuidas dentro del poder; pero eso es, sino poco probable, imposible. Los carteles han llegado para quedarse.

Ninguna guerra sería solución al problema. Toda guerra, como bien deja a entender Mario, está condenada a perderse, toda guerra genera muerte y destrucción sin distinción de culpabilidad o inocencia. Mueren narcos y son reemplazados rápidamente. No se puede luchar contra un estado de drogas tan preparado y tan infiltrado en los poderes del gobierno, un estado independiente que controla cargos importantes relativos a seguridad. Aún más si se utiliza a las fuerzas armadas, movilizándolas a una contienda para la cual no han sido preparadas y provocando un escurrimiento seguro de la mafia dentro del ejército, lo que empeoraría las cosas.

Mario Vargas Llosa comenta: “No es un problema policial sino económico (…) Las victorias que la lucha contra las drogas puede mostrar son insignificantes comparadas con el número de consumidores en los cinco continentes.”

Totalmente de acuerdo. El mercado de las drogas va abriéndose paso sin distinción alguna de clase, tanto en países desarrollados como subdesarrollados; rindiéndole al estado de las drogas grandes ganancias con lo cual seguir su campaña expansionista.

La solución, según se plantea en la columna, sería la descriminalización del consumo de drogas. Una idea que ha venido flotando en el aire desde hace ya mucho tiempo y que se presenta como la única solución efectiva al problema del narcotráfico y a la violencia que provoca.

Tiene sentido, en mi modesta opinión, puesto que el dinero que se emplea en políticas represivas podría ser mejor usado en campañas de educación, concientización e información o, en el peor de los casos, en políticas de rehabilitación. La legalización entraña peligros; sin embargo, con acertadas campañas de prevención se podría contener y contrarrestar lo que Vargas Llosa llama: un fenómeno pasajero entre jóvenes y niños.
Desde el punto de vista económico sería favorable, porque el dinero que ha hecho millonarios a tantos traficantes durante la política de represión ahora circularía legalmente.

Una política de represión nunca funcionará, no se puede reprimir el deseo del hombre a consumir. Así quiera consumir productos dañinos como el alcohol, el tabaco o la marihuana; no se puede solucionar un problema con otro problema, pues al reprimir el consumo lo único que se consigue es que aumente el tráfico ilegal y aumente el precio del producto y sin embargo, se reduzca la calidad, causando muchas veces la muerte. No se puede despojar a las personas del derecho a consumir libremente.

Similar problema ocurre ahora que el Ministro de Salud ha propuesto un absurdo: aumentar casi en siete veces la carga impositiva de los cigarrillos con el fin de reducir el consumo de tabaco porque, ciertamente, daña la salud. Si eso llegara a pasar se les estaría obsequiando generosamente colosales cantidades de dinero a los contrabandistas, porque tengan por seguro que el consumo de cigarros no se va a reducir y el gobierno no va a ganar casi nada porque todas las transacciones se realizarán clandestinamente.
Si se intenta controlar el consumo de tabaco pueden crearse campañas efectivas de información y educación, mas resulta descabellado trazar un impuesto tan alto que, si bien es cierto, de acatarse generaría ingresos cuantiosos que podrían ser destinados a implementar centros oncológicos u hospitales del estado, es altamente improbable que se acepte pagar el doscientos porciento del impuesto como está establecido.
Pasará como en el primer gobierno de Alán, los traficantes se vestirán de ambulantes y venderán cigarrillos manipulados a un precio más aceptable.

No puede ser que por desidia y corrupción sigamos creyendo en políticas tan trajinadas y absurdas como resulta ser la de represión. Por la demagogia ética de politiqueros no podemos retroceder. Tenemos que afrontar los problemas con soluciones reales, efectivas, inteligentes, en pro de un desarrollo en la democracia del país y de una inexorable lucha contra la corrupción, que tanto reprime y juega con nuestra libertad.

“No son razones éticas, religiosas o políticas, sino el crudo interés el obstáculo mayor para acabar con la arrolladora criminalidad asociada al narcotráfico, la mayor amenaza para la democracia en América Latina”: concluye Mario.

Y es que en América Latina tomamos decisiones en base a los intereses de quien esté en el gobierno, de quien tenga el poder; mientras existan personas que vivan de las políticas de represión (que sean parte de ellas y las defiendan) y tengan suficiente poder político como para evitar una probable descriminalización y exista gente que se oponga por cuestiones éticas al consumo, el estado del narcotráfico seguirá echando raíces, creciendo vigoroso y prosperando infamemente, minando así la democracia y activando una bomba de tiempo que explotará cuando al fin el gobierno se de cuenta que es necesario librar una guerra perdida.

domingo, 10 de enero de 2010

Fiebre esnob

Son las dos y cincuenta y seis y yo no consigo conciliar el sueño, acabo de llegar de la casa de mi chica después de haber ido a caminar por San Isidro derrochando energía en el Olivar como un niño altamente intoxicado (o sea como en mi pubertad) y de haber cocinado presurosamente y comido no menos aceleradamente para por fin, y luego de una hora y media de viaje, llegar a mi casa y postrarme hasta la tarde de mañana o hasta que mi chica me despierte con una llamada para invitarme a almorzar.

Yo sé que es sábado y que a las personas les gusta divertirse los sábados toda la noche hasta perder el conocimiento, está bien que lo hagan, siempre es bueno disfrutar del día y luego perder el conocimiento para despertar despejados y felices; no me parece mala idea.

Pero habiendo tantos lugares en Lima para divertirse y doparse hasta más no poder por la más mínima cuota de pago ¿Por qué cojones hacerlo en La Molina? donde no hay nada interesante y las octogenarias vecinas podrían morir del susto si se les despierta tan bruscamente en la madrugada.

Entiendo que busquen privacidad, pero también hay en Lima una diversa cantidad de hoteles y hostales donde pueden encontrarla lejos de mi casa y de mis vecinas achaquientas. Si los escolares pueden congregar tremendas orgías en horario de clase y nadie les dice nada, ¿qué les hace pensar que será mala idea intentar?

Acostumbro a mandar a lavar mi ropa (porque soy muy holgazán para hacerlo yo mismo) los sábados, pero dado que este sábado era especial porque llegaba de viaje mi chica después de haber departido, seguramente, tiempo de calidad con su mamá y yo no quería desperdiciar el preciado tiempo que me restaba del día luego de levantarme de la cama a las dos de la tarde, lo olvidé por completo.

Acostumbro también bañarme antes de dormir, más aún luego de haber caminado por mucho tiempo y de haberme expuesto a las destemplanzas climáticas de Lima la loca (y fea) y antes de bañarme reviso (por lo menos los sábados) la ropa recién lavada para escoger con qué buzo, short, bóxer (o calzoncillo) pasaré la noche. Oh, mierda. No hay ropa limpia. Me refrendo duramente por ser tan despistado e idiota, rebusco desesperado algo que pudiera ser útil hasta que encontré un buzo azul presentable y limpio, o al menos más limpio que el resto de cosas, y orgulloso por mi proeza me lo pongo contento, olvidando el porqué estaba limpio, o abandonado.

Nunca he entendido la razón por la cual los buzos tienen una malla interior, cuando compró alguno (casi nunca) lo despojo de esa pieza inservible e incómoda, pero dado que este buzo sin la malla sería no menos que un pedazo de franela semitransparente, entiendo el porqué no se lo quité.

Dadas las deplorables circunstancias no me quejo y me convenzo que debo dormir rápido para evitar sentir el apretón genital que significa usar ese buzo azul olvidado; rápidamente trepo a mi cama, pongo un poco de paz en la zona de guerra y cierro los ojos para por fin descansar después de tan agotador día.
Doy vueltas como loco, no puedo ignorar la tortura maligna que me escarmienta por olvidar mandar a lavar la ropa, o por usar tanta en tan poco tiempo y ponerla tan mugrienta. A penas y puedo dormitar con la angustia de que despertaré castrado y mi chica ya no me querrá, cuando los oí llegar en un estrepitoso y descarado Yaris rojo bastante putón.

No les prestaba mucha importancia porque tenía asuntos de urgencia en los cuales abstraerme, pensaba que se irían, pero no. Estacionaron justo en frente de mi casa. De tantas cuadras, de tantas casas con ancianos reumáticos, de tantos parques de La Molina, de tantos distritos tuvieron que venir a parar impunemente a mi casa.

Espié un poco por el balcón, son dos hombres y cuatro mujeres (vivir la vida con B grande) y están bebiendo cervezas y fumando cigarrillos mientras oyen en la radio las, seguramente, novísimas canciones de reggaetón y cumbia. Se la pasan de lo mejor, cada chico abrazando a dos (algo ebrias) chicas danzantes y felices. Los miro por un rato esperando inútilmente que algún vecino salga armado y arme tremendo culebrón para olvidar el dolor urogenital que me aqueja por culpa de mi descuido.

Fumo un cigarrillo Lucky, de los Black Series. Interesante idea esta de reducir el tamaño de los cigarrillos y aumentar el precio, está probado que las grandes industrias creen que somos idiotas (y lo somos, por lo menos yo que los compro) y no tienen reparo en ocultarlo.

No se van, más bien sacan de la maletera del auto una infinidad de botellas de vidrio, seguramente con alcohol lo suficientemente potente para darles a los muchachotes una bonita y romántica velada con sus compañeras (o sus cuerpos inertes) que parecen haber nadado en una placenta llena de alcohol por la manera cómo soportan estoicas. Yo soy pollo y con dos copitas hago escándalos, me sorprendo y avergüenzo en silencio.

Cabreado por no poder dormir tranquilo arrojo un zapato mientras grito improperios desde el balcón esperando que si nos los ahuyenta el golpe y la hostilidad, los ahuyente el olor no muy deleitable y sobrecogedor. Veo que uno de los muchachos, el más flaco, busca en derredor pero no me encuentra porque está tan borracho que no puede ni siquiera darse la vuelta, luego el otro chico les enseña el zapato de cuero que uso con ternos a las muchachas y todos ríen y siguen en su carnaval desfachatado usando insolentemente mi zapato para botar la ceniza y la espuma de la cerveza que queda.

Estoy al borde de una ataque de locura, han ganado una batalla, pero no conseguirán la victoria. Busco en la refrigeradora (que funciona mejor que las páginas amarillas) el número telefónico de los serenos de La Molina. Ellos me ajusticiarán, digo convencido. Llamo insistentemente pero nadie parece dispuesto a rescatar mi paz, me ofrecen enviar una patrulla y me advierten que deje de llamar. Vuelvo al balcón, enciendo otro cigarrillo estafador y espero pacientemente. A los veinte minutos veo aproximarse a la cuadra una moto lineal con la insignificante humanidad de un sereno medio dormido.

Envalentonado se acerca al auto y a sus dueños, que a estas alturas creen que el Yaris es un Lamborgini del año y que son magnates rusos con mucho poder, y no me sorprende porque hasta mi balcón llega el sobrecogedor y prohibido aroma de un porrito consumiéndose. El sujeto gordo y velludo que tiene entre sus dedos el porrito habla con el justiciero pigmeo, agachándose, naturalmente y después de dos o tres pitadas mi don quijote limeño es convencido y se retira feliz y más despierto que cuando llegó.

Suena cada vez más alto el: Kuriquitaca ti, Kuriquitaca ta o como quiera que se escriba y las chicas se menean como poseídas por Lucifer. Es un espectáculo interesante y me quedaría a verlo, pero estoy bastante cansado y sólo pienso en dormir.

Las muchachas cantan con voz quebrada y dejada, notoriamente ebrias, un arrastrado: Yo no sé mañana… Yo no sé mañana. Entiendo perfectamente, yo tampoco sé si después de ingerir esa mixtura de tóxicos existirá un mañana para esas chicas. Y si existe, yo no sé si será muy prometedor después de esa noche llena de azotes y bailes cachondos con frotaditas atrevidas y sandungueo. Quizá sea su último día de solteras (o de menstruantes) antes de mañana.

Yo no sé si mañana seguiré teniendo colgajo.

Resignado y derrotado, voy a la cocina, me sirvo un poco de jugo de manzana del cartón y me tomo tres pastillas para olvidar la fiebre esnob (snob para los exquisitos) que se vive afuera de mi casa, frente a mi cuarto; para olvidar los modales improbables de los dueños de un Lamborgini de lujo y de su refinadísima manera de tratar a las damas. De paso olvidar también que tengo cojones y rezar para que mañana sigan ahí, intactos.

sábado, 9 de enero de 2010

El placer oculto en la soledad

Rara vez salgo a caminar o a trotar (que es más raro aún) por las calles de Lima porque siempre me parece que hay mucha gente y casi toda alborotada, como si necesitaran ir al baño con una urgencia diabólica y contagiosa.

Cuando salgo a caminar siempre es cerca de mi casa en La Molina porque hay menos gente en las calles, la mayoría son señoras octogenarias que van despacito a la parroquia local, siempre saludan alegremente y no se detienen para entrevistarte y aburrirte con las tediosas chácharas reservadas para el té de las vecinas de la cuadra todos los domingos después de la misa del padrecito Rubén (menudo picarón).

Cuando salgo a caminar siempre lo hago solo. El doctor me aseguró que sería una terapia perfecta el caminar solo y pensar, ordenar las ideas, sentirse iluminado y renovado por el aire fresco de la mañana. Es mentira, se trata de una afirmación fraudulenta. Cuando camino solo no quiero pensar, no quiero iluminarme ni cargarme de la positiva energía del ambiente (que nunca es tanta, más si sólo hay especimenes caducos y seniles en derredor) lo único que quiero es no pensar, no ordenar nada, dejarlo como está y olvidarme que tengo que ordenarlo en algún momento. Tratar de ordenar algo en mi mente resulta no menos que una tortura.

Cuando camino en Chiclayo, que también es bastante inusual, lo hago amparado en la frescura de la noche y suelo recorrer distancias más o menos largas, no hay muchas personas en la vía ni muchos autos en la carretera, es perfecto para olvidar quien eres y caminar sintiéndote otra persona, encubrir tu identidad y buscar problemas.

Yo hace tiempo que dejé de buscar problemas, la última vez desperté en el hospital bastante maltrecho, semidesnudo y bajo los espirituosos efectos de algo que debí ingerir antes del conflicto que resultó ser una masacre cruel contra mi persona y la de mi hermano Raúl (aún seguimos buscando el lugar donde lo compramos).

No me gusta caminar acompañado ni en Lima ni en Chiclayo, debe ser porque casi nunca tengo quien me acompañe; pero estar con otra persona convierte mi incursión a lo desconocido con mi identidad desconocida en un predecible, aburrido y molesto viaje en el que debo resignarme no sólo a tratar de no pensar en mí y en mis enredos, sino también en tratar de olvidar a la otra persona que insiste en contarme los suyos.

Claro, siempre existe una excepción para todo. Me gusta caminar con mi chica por varias razones. La primera es que me gusta cómo camina, tan distinguida, elegante y despreocupada. Muy diferente a mi andar descompasado, arrítmico y distraído. Me ayuda a olvidarme de mí, me vuelvo parte de ella y me dejo arrastrar obediente por caminos que desconozco guardando en secreto la esperanza de perderme junto a ella. De perderme para toda la vida.

La segunda es que sabe cómo captar mi atención cuando me distraigo mucho y estoy a punto de arrojarme a las fauces de los peligrosos conductores de coaster. Esos depredadores furtivos. Me ha salvado la vida en innumerables ocasiones.

La tercera es una razón meramente vanidosa y engreída de mi parte. Sencillamente me gusta caminar con ella porque es guapa y uno siempre quiere tener cerca de una mujer guapa (si es divertida mucho mejor) y la última de las razones es que no tengo que esforzarme por ser mejor de lo que realmente soy (o por lo menos más amable, esto no quiere decir que la trate con poca amabilidad o cariño), puedo dejar de lado la figura impostada y mentirosa por la que soy poseído muchas veces y convencerme que estoy con ella y que, en cierto modo, estoy solo; pero no es una soledad molesta ni triste, es una soledad que me da la certeza que ella es parte de mí y yo parte de ella, es una soledad gratificante y feliz.

Yo pienso que las personas le rehuyen a la soledad porque saben que al encontrarse sin nadie más cerca de ellos puede aflorar quien son en realidad, pueden dejar salir todas sus miserias y aberraciones, toda la mierda que llevan dentro de sí y eso les asusta; entonces, presas del miedo, tratan de rodearse de más personas (con el mismo problema) y esforzarse por ser amables y educadísimos para todos y con todos.

Así, su verdadera identidad se confunde con la identidad amable impostora y todo termina siendo una gran falsedad mojada en un sentimiento enfermizo de culpabilidad. Eso hace a la gente infeliz. Rehuir de la soledad por miedo a sí mismos hace a la gente infeliz y, en cierto modo, los convierte en unos pusilánimes. Son infelices porque no viven libres de la carga de su mentira.

No digo que yo viva transparentemente, sería una grotesca invención mía hacerle creer a todos que yo soy transparente y sincero con todos. No lo soy, o por lo menos no siempre. Lo soy cuando camino y finjo ser otra persona. No puedo serlo cuando camino con alguien más. Lo soy cuando camino con mi chica. Lo soy cuando caminando logro olvidar las tares pendientes, las fechas importantes, las obligaciones y la basta lista de rencillas que tengo (que tienen en mi contra, para ser más exacto).

Soy sincero únicamente cuando estoy solo; sin embargo, el estar solo me convierte también en una peor persona, menos amable y educada. Me transforma en quien realmente soy.

Me reconozco como una mala persona y no tengo problemas ni complejos en admitirlo. Me gusta ser una mala persona porque me libera de la carga cruenta que significa mantener una impostura. Mi soledad no me acongoja en lo más mínimo, no me molesta. Disfruto de mi soledad feliz.

He sido una mala persona por mucho tiempo, casi todo el tiempo que llevo como ser humano, lo cual me hace inferir que – lógicamente – siempre he estado tentado a ser más una mala persona que una buena persona. Yo no creo que esto sea una condena a la que he de resignarme, lo entiendo más bien como un mérito sincero que hay que reconocer y aceptar, tratando de cultivar lo que sea que me haga más feliz, aún cuando sean improbidades (perversiones) repudiadas como el egoísmo, la pereza, el libertinaje y el ocio. Todo en pro de una vida más placentera, exenta de preocupaciones y falsedades.

Ciertamente soy más feliz cuando consigo estar solo y caminar solo por calles desiertas de La Molina o Chiclayo. Evidentemente, no puedo probar lo que he dicho y no puedo, tampoco, asegurar que a todas las personas del mundo les pasa lo mismo que a mí; pero tengo el convencimiento ciego y reconfortante que es una verdad probada por mí mismo para mí mismo. Que no hago mal siendo una mala persona y mostrándolo mientras camino por La Fontana, sino que hago bien.

Lo sé ahora que estoy solo y soy sincero, lo sé ahora que disfruto de mi soledad.

jueves, 7 de enero de 2010

Los pollos no vuelan

No existe la clase alta, así como tampoco la clase baja; son ficciones afiebradas de algunos megalómanos inmodestos para separar de ellos a los que no consideran sus iguales y que, dicho sea de paso, creen son lo suficientemente estúpidos para afirmarlo y obedecerlo.

Si existiera la clase alta, ¿cómo sabríamos quiénes la conforman? la respuesta sería mera relatividad de opiniones disparataras y paparruchadas porque, que yo sepa, no existe ninguna colegiatura ni candidatura alguna que te permita alcanzar ese título. Inclusive, fuera de los requerimientos mínimos que tratan de imponer algunos economistas algo despistados, no existe perdurabilidad en las dimensiones que se emplean para la medición, se han variado (e incluido) muchas dimensiones a lo largo del tiempo; así Marx definía las clases económicas en torno a su función estructural en las relaciones sociales de producción, no en escalas posicionales de poder, riqueza y prestigio como sí lo hacía Weber.

¿Cómo podemos clasificar algo tan variable y complejo? A nivel nacional sería más fácil que a nivel mundial porque en la idiosincrasia peruana todo se clasifica usando el dinero de por medio, así la grotesca grieta que separa los ingresos de unas personas y de otras sirve perfectamente para su fin; sin embargo, a nivel mundial resultaría tarea de acomplejados áulicos con tiempo de sobra. Si tenemos en cuenta que al juntar a las quinientas personas con más dinero en el mundo obtendremos el veinte por ciento del dinero total circulando legalmente (y sólo hablando de dinero, sin tocar el tema de poder y prestigio que no siempre van de la mano) pensaríamos: bueno, ahí tenemos a la clase alta. Pero ¿qué pasaría con los empresarios peruanos dueños de compañías y propiedades que, a ciencia cierta, no están dentro de esa recuenta? ¿Ellos no son clase alta?
¡Coño, pero eso es imposible! si muchos tienen mercedes bens y viven en Las Casuarinas o zonas exclusivas de Lima y tienen gente sirviéndolos hasta en las más absurdas tareas, como recoger la mierda del perro por toda la casa (en vez de enseñarle al animal a hacer afuera).

Ahora, si pensamos que es obligatoriamente necesario ligar el dinero, el poder y el prestigio para ser llamado clase alta (que, valgan verdades, tiene más sentido) en el Perú encontraremos sino pocos, poquísimos.

Yo no creo en las separaciones de ningún tipo, la diferenciación que se ha puesto de moda en los últimos años es un arma peligrosa en manos de cualquiera; además de ser el, peligrosamente cercano, paso previo a la discriminación. No creo en la separación porque no encuentro dimensiones reales por las cuales situar a una persona por encima de otra y permitirle ciertos privilegios que son esquivos para el resto. Cuando hablamos de lo que se necesita para ser clase alta, media o baja (si es rigurosamente necesaria una separación) no puede ser que factores como la educación queden desplazados por otros como el poder, que objetivamente no puede reconocerse siempre como un mérito.
Escobar, el extinto capo colombiano de la droga, poseía un notable poder en Medellín, tanto entre sus conciudadanos como entre el resto de narcotraficantes de la región y del mundo. Escobar confinaba una parte de su dinero (que circulaba en bancos, increíblemente) a acciones sociales en Medellín, por lo que era querido y contaba con cierto prestigio y reconocimiento. ¿Clase alta?

Existen personas más ricas que otras en el país y en el mundo, para nadie es un secreto; así como existen personas con más clase que otras. Pero no existen personas que solamente por tener más dinero tengan más clase, eso se debe a la educación moral y académica, sin ser está más importante que la primera.

Es vergonzoso que en pleno siglo veintiuno hayan personas que amparan sus acciones déspotas, atolondradas, imprudentes y ofensivas en argumentos tan desgastados y difusos (por decir menos) como el clasismo, pretendiendo que sean consideradas extravagantes, cortas de importancia y de esta manera ser justificadas entre los que consideran sus subordinados.
Una persona clasista es ignorante e idiota, desubicada e incorregible. Un ser molesto que no puede sanamente resignarse a ser parte de una sociedad plural e igualitaria. Un tonto de cuidado.

Estoy cansado de ver a gente así, que viven como pollos, que saben que no van a volar pero siguen intentándolo y pisoteando a los que están cerca; pisoteando a los que trabajan para ellos (que mayormente son personas incólumes, educadas, generosas y trabajadoras, con más clase que ellos) o a cualquiera que consideren les debe yugo. Son víctimas de una sociedad alienada, llena de complejos y duramente golpeada por crisis sociales de las que aún no se recupera del todo. ¿Tanta fantochada y tanto esperpento tiene la clase alta?

Estoy igualmente cansado de ver gente que acepta ser injuriada por granujas que entienden natural tratar mejor a la mascota de la familia que a las personas.

Esto tiene que parar (sí, cómo no) el país no necesita más rencillas, o mejor dicho disímiles cruzadas, entre sus ciudadanos. El país -las personas- no necesita más desunión; se necesita concordia, coalición y consonancia.

Los pollos no vuelan, no han nacido para volar, hay que aceptarlo y dejarlo pasar.